Jorge Semprún
Odile cuidaba de mí con los gestos inventivos del amor físico, con sus risas sin premeditación, con su insaciable vivacidad. Pero no sabia qué hacer cuando la tormenta estallaba en mi vida. No sabía manejar el desastre. En cuanto la oscuridad me daba alcance, turbando mi mirada, abocándome a un silencio agarrotado, en cuanto la voz del Sturmführer, S. S., ordenando la extinción de los fuegos del crematorio, me despertaba en plena noche del sueño de mi vida, Odile perdía pie. Me acariciaba el rostro, como se acaricia a un niño asustado, me hablaba, para colmar este silencio, esta ausencia, esta separación, mediante una cháchara tranquilizadora.
|