Jorge Semprún
-¡Me gustaría ser la primera mujer de tu vida! -susurró. Era excesivo, se lo hice notar. -De mi vida, ¡has llegado tarde! ¡La primera de después de mi muerte, no puedes aspirar a más! La voz de cobre, de Louis Armstrong abría avenidas de deseo infinito, de nostalgia ácida y violenta. La muchacha se estremecía de la cabeza a los pies, ya no bailaba. Como si tuviera de repente un deseo pánico del insólito pasado de donde yo procedía, del desierto que a mi pesar se anunciaba en mis ojos. Como la si la atrajera este pánico mismo. |