El libro de arena de Jorge Luis Borges
Esse est percipi, ese ser percibido es el principio, el medio y el fin de nuestro concepto singular del mundo.
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El libro de arena de Jorge Luis Borges
Esse est percipi, ese ser percibido es el principio, el medio y el fin de nuestro concepto singular del mundo.
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El libro de arena de Jorge Luis Borges
Los hombres del porvenir no sólo eran más altos, sino más diestros.
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El libro de arena de Jorge Luis Borges
No hay dos cerros iguales, pero en cualquier lugar de la tierra la llanura es una y la misma.
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El libro de arena de Jorge Luis Borges
Hubo un silencio y prosiguió: -Todo está bien y sin embargo nada ha pasado. En los pulsos no corre más a prisa la sangre. Las manos no han buscado los arcos. Nadie ha palidecido. Nadie profirió un grito de batalla, nadie opuso el pecho a los Vikings. |
El libro de arena de Jorge Luis Borges
En el término escaso de unas horas yo había conocido el amor y había mirado la muerte. A todos los hombres les son reveladas estas cosas o, por lo menos, todas aquellas cosas que a un hombre le es dado conocer, pero a mí, de la noche a la mañana esas dos cosas esenciales me fueron reveladas.
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El libro de arena de Jorge Luis Borges
Aquella noche no dormí. Hacia el alba soñé con un grabado a la manera de Piranesi, que no había visto nunca o que había visto y olvidado, y que representaba el laberinto. Era un anfiteatro de piedra, cercado de cipreses y más alto que las copas de los cipreses. No había puertas ni ventanas, pero sí una hilera infinita de de hendijas verticales y angostas. Con un vidrio de aumento yo trataba de ver el minotauro. Al fin lo percibí. Era el monstruo de un monstruo; tenía menos de toro que de bisonte y, tendido en la tierra el cuerpo humano parecía dormir y soñar. ¿Soñar con qué o con quién?
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El libro de arena de Jorge Luis Borges
Sentí lo que sentimos cuando alguien muere: la congoja, ya inútil, de que nada nos hubiera costado haber sido más buenos. El hombre olvida que es un muerto que conversa con muertos.
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El libro de arena de Jorge Luis Borges
Las palabras son símbolos que postulan una memoria compartida.
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El libro de arena de Jorge Luis Borges
Había invocado a Plinio el joven, según el cual no hay libro tan malo que encierre algo bueno.
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El libro de arena de Jorge Luis Borges
Oh noches, oh compartida y tibia tiniebla, oh el amor que fluye en la sombra como un río secreto, oh aquel momento de la dicha en que cada uno es los dos, oh la inocencia y el candor de la dicha, oh la unión en la que nos perdíamos para perdernos luego en el sueño, oh las primeras claridades del día y yo contemplándola.
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El libro de arena de Jorge Luis Borges
-Soy feminista- dijo -. No quiero remedar a los hombres. Me desagradan su tabaco y su alcohol. La frase quería ser ingeniosa y adiviné que no era la primera vez que la pronunciaba. Supe después que no era característica de ella, pero lo que decimos no siempre se parece a nosotros. |
El libro de arena de Jorge Luis Borges
Nos despedimos sin habernos tocado. Al día siguiente no fui. El otro tampoco habrá ido. He cavilado mucho sobre este encuentro, que no he contado a nadie. Creo haber descubierto la clave. El encuentro fue real, pero el otro conversó en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el recuerdo. El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente. Soñó, ahora lo entiendo, la imposible fecha en el dólar.
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El libro de arena de Jorge Luis Borges
De pronto recordé una fantasía de Coleridge. Alguien sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor.
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El libro de arena de Jorge Luis Borges
Padre murió hace treinta años. Murió del corazón. Lo acabó una hemiplejía; la mano izquierda puesta sobre la mano derecha era como una mano de niño sobre la mano de un gigante. Murió con impaciencia de morir, pero sin una queja. Nuestra abuela había muerto en la misma casa. Unos días antes del fin, nos llamó a todos y nos dijo: - Soy una mujer muy vieja, que está muriéndose muy despacio. Que nadie se alborote por una cosa tan común y tan corriente.
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El libro de arena de Jorge Luis Borges
El agua gris acarreaba largos trozos de hielo. Inevitablemente, el río hizo que yo pensara en el tiempo. La milenaria imagen de Heráclito.
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El Aleph de Jorge Luis Borges
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad...
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