El profesor de John Katzenbach
Nunca estaba solo. Todas las personas a las que quería y por las que se preocupaba estaban junto a él.
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El profesor de John Katzenbach
Nunca estaba solo. Todas las personas a las que quería y por las que se preocupaba estaban junto a él.
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El profesor de John Katzenbach
Gritó. Sin palabras. Sin una frase. Sin nada más que un gran grito de decepción y de rabia. Fue un sonido que reunía todo lo que iba a extrañar de la vida en los años venideros para concentrarlo en un grito largo y estirado de desesperación.
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Jaque al psicoanalista de John Katzenbach
Hace cinco años me privaste de una muerte. La tuya. De modo que ahora me debes otra. La muerte es como cualquier deuda de dudoso cobro. Al final, hay que pagarla.
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Jaque al psicoanalista de John Katzenbach
¿Habrá un portero automático en la entrada del cielo o en las puertas del infierno?
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Jaque al psicoanalista de John Katzenbach
Es un accesorio maravilloso. No impide la muerte que pretende causar el arma. Pero cambia la naturaleza de todo durante una fracción de segundo. Al disminuir el ruido, crea una oportunidad. Reduce una parte de esta relación. El sonido de tu muerte queda alterado.
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Jaque al psicoanalista de John Katzenbach
Ambos fallecimos la última vez que nos vimos. Solo que tú no te diste cuenta de ello.
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Jaque al psicoanalista de John Katzenbach
Y, si tenían que privarse de algo, prescindían de la conversación y de los consejos. Pero nadie renunciaba jamás a las pastillas.
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Jaque al psicoanalista de John Katzenbach
—Usted es una auténtica filósofa —dijo Ricky. Normalmente no solía dar así su opinión. —Supongo que sí —admitió la señora Heath tras sonreír de nuevo—. Una heredera filósofa —añadió y, tras una pausa, se encogió de hombros y dijo—: Una heredera filósofa que se muere. Muy de Charles Dickens, ¿no crees? Suena al típico romanticismo de los páramos ingleses.
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Jaque al psicoanalista de John Katzenbach
Si después de ochenta y siete años no ves la muerte como una enorme broma cósmica, bueno, es probable que la encuentres aterradora
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Jaque al psicoanalista de John Katzenbach
—¿Por qué no puedo morir exactamente como quiero? Ricky aguardó un instante, por si continuaba hablando, antes de responder: —¿Cree que alguno de nosotros puede diseñar su propia muerte?
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Jaque al psicoanalista de John Katzenbach
Lágrimas de cocodrilo. Lágrimas sinceras. Lágrimas que ocultaban problemas complejos. Lágrimas enérgicas que obedecían a simples errores.
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Jaque al psicoanalista de John Katzenbach
Los pacientes lloraban por enfermedades. Lloraban por la muerte. Lloraban por las oportunidades perdidas y las esperanzas frustradas. Lloraban por sus pasados. Lloraban, presas de la desesperación, por lo que veían en sus futuros. Lloraban porque se sentían culpables. Lloraban porque no se sentían culpables. Sollozaban por lo que se les había hecho con crueldad o por lo que habían hecho de manera desconsiderada a otras personas.
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Jaque al psicoanalista de John Katzenbach
Sencillo de pensar. Fácil de decir. Difícil de hacer. Lo sabía por experiencia propia.
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Jaque al psicoanalista de John Katzenbach
Los planes no sirven de nada cuando doblas la esquina equivocada a una hora demasiado tardía de la noche en un mundo lleno de rabia.
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Jaque al psicoanalista de John Katzenbach
Damas —pensó—. El riesgo y la recompensa son los mismos: tienes que saltar cada pieza, lo que te lleva más cerca de la victoria. También puede situarte al borde de la derrota. Un juego de anticipación. Un juego de desgaste. Un juego de supervivencia.
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Jaque al psicoanalista de John Katzenbach
Ricky lo había comprendido: un huracán había lastimado a Tarik. Un segundo huracán había zarandeado a su madre y al único hijo que le quedaba. Le pareció una máquina de movimiento perpetuo.
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Jaque al psicoanalista de John Katzenbach
«Quiero una pistola». No puedes disparar a un viento de ciento noventa kilómetros por hora. «Quiero luchar.» No puedes hacer retroceder el agua que desborda un dique. «Quiero matar.» No puedes matar a la naturaleza.
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Jaque al psicoanalista de John Katzenbach
Que te declaren no culpable no es lo mismo que ser inocente del crimen, o al menos eso me han dicho.
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Gregorio Samsa es un ...