Los libros ubicados en pequeñas urbes tienen algo que los hace atractivos. Quizás sea su capacidad para introducirte en una comunidad que te es ajena y que, sin embargo, acabas sintiendo como propia. Eso es precisamente lo que pasa con Peyton Place. La historia transcurre en un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra a lo largo de una década (de los años 30 a los 40). Las habladurías, los rumores y los prejuicios son el día a día de los habitantes de esta pequeña ciudad llena de contrastes económicos y sociales. La novela consigue atrapar desde las primeras páginas porque presenta un elenco de personajes muy interesantes y bien planteados que van desde una adolescente rara que sufre bullying hasta un empresario sin escrúpulos, una madre soltera, un padre alcohólico, un médico viudo. Todos ocultan algo, todos guardan algún secreto que les oprime, cómo la pequeña sociedad de Peyton Place, que es asfixiante hasta el hastío. Es como una telenovela rural escrita: hay líos amorosos, conflictos familiares, adolescentes, drama, corrupción, acción... Pero lo que hace de Peyton Place una novela realmente genial es su crítica sin tapujos a la moral conservadora de la comunidad, que juzga sin piedad a la par que frivoliza, que vive del morbo y de los cotilleos, que alimenta la desigualdad y se convierte en juez que condena o absuelve en función de juicios públicos basados en un pensamiento retrógrado y machista. Esta es la verdadera maravilla del libro: con una historia ligera, de capítulos cortos, personajes variados y diálogos dinámicos te muestra cómo la libertad no existe cuando hay desigualdad, cómo un pueblo entero puede cortarte las alas, limitarte o hundirte, y cómo a veces escapar se convierte en la única forma de poder ser libre. + Leer más |