Nada de Carmen Laforet
Entonces fue cuando tuve la sensación de que una raya, fina como un cabello, partía mi vida y, como a un vaso, la quebraba.
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Nada de Carmen Laforet
Entonces fue cuando tuve la sensación de que una raya, fina como un cabello, partía mi vida y, como a un vaso, la quebraba.
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Nada de Carmen Laforet
Las paredes tiznadas conservaban la huella de manos ganchudas, de gritos de desesperanza. Por todas partes los desconchados abrían sus bocas desdentadas rezumantes de humedad. Sobre el espejo, porque no cabía en otro sitio, habían colocado un bodegón macabro de besugos pálidos y cebollas sobre fondo negro. La locura sonreía en los grifos torcidos.
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Nada de Carmen Laforet
Me estaba dando cuenta yo, por primera vez, de que todo sigue, se hace gris, se arruina viviendo.
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Nada de Carmen Laforet
"Yo, una muchacha española, de cabellos oscuros, parada un momento en un muelle del puerto de Barcelona. Dentro de unos instantes la vida seguiría y me haría desplazar hasta algún otro punto. Me encontraría con mi cuerpo enmarcado en otra decoración." (Pág. 321).
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Nada de Carmen Laforet
"Me parecía que de nada vale correr si siempre ha de irse por el mismo camino, cerrado, de nuestra personalidad. Unos seres nacen para vivir, otros para trabajar, otros para mirar la vida. Yo tenía un pequeño y ruin papel de espectadora. Imposible salirme de él. Imposible libertarme. Una tremenda congoja fue para mí lo único real en aquellos momentos." (Pág. 293).
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Nada de Carmen Laforet
Me gustan las gentes que ven la vida con ojos distintos que los demás, que consideran las cosas de otro modo que la mayoría… Quizá me ocurra esto porque he vivido siempre con seres demasiado normales y satisfechos de ellos mismos…
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Nada de Carmen Laforet
¡Cuantos días inútiles! Días llenos de perro historias, demasiadas historias turbias.
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Nada de Carmen Laforet
Pensé que cualquier alegría de mi vida tenía que compensarla algo desagradable. Que quizá esto era una ley fatal.
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Nada de Carmen Laforet
No sé cómo pude llegar a dormir aquella noche. En la habitación que me habían destinado se veía un gran piano con las teclas al descubierto. Numerosas cornucopias -algunas de gran valor- en las paredes. Un escritorio chino, cuadros, muebles abigarrados. Parecía la guardilla de un palacio abandonado, y era, según supe, el salón de la casa. En el centro, como un túmulo funerario rodeado por dolientes seres -aquella doble fila de sillones destripados-, una cama turca, cubierta por una manta negra, donde yo debía dormir. Sobre el piano habían colocado una vela, porque la gran lámpara del techo no tenía bombillas. |
Gregorio Samsa es un ...