Los días del Cáucaso de
Banine Banine
A mí me caía muy bien Fátima, a pesar de su fealdad, pues era la única visitante de la abuela que no intentaba besarme con labios húmedos y mejillas sudorosas.
Aquellos besos, plaga de mi niñez, me horripilaban. En cuanto una pariente pobre me veía, se abalanzaba sobre mí con una avidez dificil de explicar y me cubría de besos en los que había una intensa mezcla de sudor y baba. Conociendo por experiencia la imposibilidad de escapar a aquellas manifestaciones de cariño, yo las dejaba hacer con los labios apretados y el odio en el alma. En cuanto la mujer me soltaba, yo me secaba de manera ostensible con un pañuelo o, en su defecto, con el faldón del vestido. Pero mi elocuente artimaña no impedía que volvieran empezar. El tacto no era su fuerte.