Confesiones de un hijo del siglo de
Alfred de Musset
Un mes después (del parto), la encontramos en las Tullerías, en el baile, en la ópera; su hijo está en Chaillot, en Auxerre; su marido, en el lupanar. Diez jóvenes le hablan de amor, de afecto, de simpatía, de besos eternos, de todo lo que ella tiene en el corazon. Escoge a uno, lo estrecha entre sus brazos; él la deshonra, da media vuelta y se va a la Bolsa. Ahora ya está lanzada; llora una noche y se percata que las lagrimas enrojecen sus ojos. Escoge a otro que la consuele; de la pérdida de este segundo, otro la consuela; así hasta los treinta años, o más. Es entonces cuando, desengañada y gangrenada, no teniendo de humano ni siquiera el hastío, encuentra una tarde a un hermoso adolescente de cabello negro, su juventud, recuerda lo que ha sufrido, y, devolviéndole la lección, le enseña a no amar nunca.