Los niños del agua de Charles Kingsley
Entonces, la dama cambió de expresión y puso una cara muy curiosa (muy solemne, muy triste y al mismo tiempo, muy dulce). Levantó la vista y miró a la lejanía, como si traspasara el mar, el cielo y contemplara algo muy lejano. En ese momento su cara sonrío de un modo tan apacible, tierno, paciente y esperanzado que, por un instante, Tom pensó que no era fea en absoluto. Y estaba en lo cierto, pues era como tantísimas personas que no tienen ni una facción bonita en su cara y que no obstante, resultan preciosas e inmediatamente atraen a los corazones de los niñitos porque, aunque la casa era fea, desde las ventanas un espíritu hermoso y bueno mira hacia fuera. |