Los niños del agua de Charles Kingsley
Era una clara y sosegada noche de septiembre, y la luna brillaba con tanto resplandor a través del agua que Tom no podía dormir a pesar de que tenía los ojos bien cerrados. Finalmente subió hasta la superficie, se sentó en la punta de una roca y miro la luna ancha y amarilla. Se preguntó que debía ser y pensó que lo estaba observando. Entonces contempló el reflejo de la luna sobre el río susurrante, las puntas negras de los abetos y los pastos cubiertos de escarcha plateada, y escuchó el lamento de la lechuza, el balido de la agachadiza, el aullido del zorro y la risa de la nutria. Olió el suave perfume de los abedules y las bocanadas de miel de brezo provenientes del páramo de los urogallos, allá arriba, y se sintió muy feliz, aunque no sabía por qué. |