Lo primero que me gustaría decir de este libro es que fue escrito en 1988 y, por tanto, hay que mirarlo con perspectiva. Me refiero concretamente a la representación trans que hay en él, que hoy en día sabemos que no es la correcta pero, en aquella época, probablemente fuese todo un avance tener una historia así. Dicho esto, me ha encantado la forma de narrar de Banana Yoshimoto, cómo es capaz de transmitir tanto con situaciones cotidianas. Los personajes me han fascinado, tenía ganas de conocer más de todos ellos, aunque creo que parte de la magia es lo poco que sabemos en realidad. Personalmente, las historias de duelo siempre me suelen afectar y esta no ha sido la excepción. El libro tiene tres relatos muy tristes y bastante solitarios; aún así, ha conseguido que me sintiese en parte comprendida y no tan sola. |