La casa de la alegría

¿Somos las decisiones que tomamos o somos lo que hicieron con nosotros? La protagonista de “La casa de la alegría” (1905), de Edith Wharton, nos trae una respuesta para este interrogante.

Wharton se detiene en la frívola sociedad neoyorkina de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Las fiestas, el teatro, los viajes, los restaurantes caros y la vestimenta, entre otras cosas, son puntos de una rutina marcada por “herederos de”. Gente que está lejos de la realeza, pero que anhela imperiosamente relacionarse con ella. Este es el contexto en el que Lily debe sobrevivir. Sumemos que fue “educada para ser un adorno” por una madre alérgica a la pobreza.

Y Lily se deja llevar. Ama a un hombre que no puede darle todo lo que quiere, así que va en búsqueda de uno a quien quizás aprenda a querer algún día… con una abultada cuenta bancaria. Muchos se obsesionan con ella y hasta le prestan dinero, cuestión fundamental para la acción de la novela. La reputación y la belleza conforman el único capital de la muchacha. Su obligación es saber administrarlo ¿Se puede mantener un perfil impoluto cuando el más mínimo movimiento desata una serie de rumores imparables? Además, Lily no tiene posibilidad de defensa. Su palabra no cuenta y ninguna mujer saldrá a apoyarla.

La escritura es lenta, detallista y profunda. Wharton da cátedra con la exposición de los pensamientos y sentimientos de los personajes y comparte información valiosa con sus lectores. Y también es cruel, porque no da respiro y nos prepara para el final. Tal vez me esté olvidando de algún libro, pero pocas veces he visto tan bien tratado el deterioro de la salud mental de un personaje femenino en novelas de esta época.

“La casa de la alegría” superó mi amor por “La edad de la inocencia”. Las comparaciones son odiosas, pero a veces hay que hacerlas. Creo que acá hay una exposición más explícita del entorno asfixiante al que estaban sometidas las mujeres en la alta sociedad –y también se muestra lo que sucede con las desafortunadas– y el final es un refuerzo. Aplausos para Wharton.