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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
06 August 2018
Hoy vengo con otra relectura, que este año me ha dado por ahí... pero es que desde finales del año pasado os he ido leyendo varias reseñas del libro, y se os ha notado tanto lo mucho que lo habéis disfrutado que me ha dado morriña de lo que yo sentí la primera vez que lo tuve entre mis manos, así que he vuelto a sacarlo de la estantería y me he acomodado en un sillón dispuestísima a volver a maravillarme con él... y es que esta historia, creedme, es una auténtica gozada, y creo que con cada relectura la trama se engrandece a ojos del lector.

Le echamos el primer vistazo a Ethan Frome a través de los ojos del narrador, un joven ingeniero de paso en la ciudad de Starkfield (Massachusetts) que, por circunstancias laborales, se ve obligado a pasar todo el invierno en la ciudad. Nuestro narrador observa cómo Ethan se acerca en su calesa a la oficina de Correos cada día, recoge lo que haya, si lo hay, y, sin apenas cruzar palabra con nadie, se sube nuevamente a su calesa y se marcha a casa. Cicatriz roja en la frente, rostro lúgubre, lado derecho del cuerpo contraído y una persistente cojera. Este ingeniero va enterándose de algunos detalles sobre Ethan Frome por lo que le van contando aquí y allá pero, cuando por ciertas circunstancias Frome se convierte en su medio de transporte diario, será cuando comience a dibujarse ante él quién es realmente este hombre... y el día en que una intensa nevada les obliga a hacer parada en la granja de Frome, granja donde apenas pone nadie un pie desde hace más de veinte años, será el día en que comience a entender la verdadera historia de este hombre agreste como la tierra que lo vio nacer.

Aquí termina la voz del narrador en primera persona, y retrocedemos 24 años en el tiempo para ser testigos de lo que ocurrió, aunque esta vez la narración es en tercera. Y sobre todo y ante todo, regresamos para conocer quién era en realidad Ethan Frome. Pero antes quiero hablaros brevemente de la ambientación, porque el personaje que da nombre a esta novela está forjado desde las mismas entrañas que conforman la gelidez, dureza y severidad del entorno que le rodea.

Starkfield es el nombre ficticio que la autora adoptó para este pueblo agreste de Nueva Inglaterra. Ya el nombre es toda una declaración de intenciones (hace referencia a la crueldad o inhóspito de aquella región), y la intención de Wharton era plasmar la realidad abrupta de aquellas tierras, que hasta el momento de la publicación de Ethan Frome, aparecían en la literatura de una manera bastante más acogedora y muy alejada de la realidad. Starkfield es una tierra de largos inviernos sepultados bajo la nieve donde el sol se oculta durante meses y el aislamiento empuja a sus gentes hacia lo más recóndito de sus hogares y sus almas, confiriéndoles una adustez perpetua y resistente.

¿Por qué no se marchó entonces Ethan Frome? ¿Qué le ataba a Starkfield? Porque Ethan Frome es, ante todo, muy inteligente. Lo es, pero no fue uno de esos listos que abandonó Starkfield. La respuesta a estas preguntas son el principio y el fin del personaje. Su pesada condena, esa piedra atada al tobillo que le arrastra a las profundidades de la nada infinita... su destino. Porque a Ethan Frome le toca siempre el palillo más corto y la mala combinación de cartas. Su destino siempre ha estado escrito en letras esquivas y malencaradas, su estrella siempre ha estado apagada y su suerte siempre ha estado vestida de desgracia. Ethan Frome nació para no ver cumplidos ninguno de sus sueños. Ninguno en absoluto. Solo en una ocasión rozó con las manos algo parecido a la ilusión, a la felicidad, a la dicha, y esa es la historia que se nos narra en estas páginas... la cruel historia que se nos narra en estas páginas.

Ethan Frome es un hombre parco en palabras pero de una sensibilidad e inteligencia acusadas y desaprovechadas en una granja en la que trabaja de sol a sol sin apenas obtener rendimiento. Iba para ingeniero, llegó a marcharse de Starkfield para estudiar y a punto estuvo de ser libre y de romper sus lazos con aquella tierra, pero la muerte de su padre lo trastocó todo. Ahora está casado con Zeena, una mujer mayor que él que vive presa de dolores imaginarios y aferrada a lazos que tiende alrededor del cuello de su marido y que maneja con destreza y malicia. Desde hace un año vive con ellos la joven Mattie, prima de Zeena, no muy apta para las labores del hogar, pero capaz de asombrarse con esos conocimientos tan inusuales para un granjero y de pintar con palabras lo que Ethan oculta en su alma.

Este es el triángulo alrededor del que Edith Wharton urde la trama, y los tres están retratados de un modo extraordinario a base de pinceladas, de gestos que les delatan, de miradas que entre ellos pasan de largo y que solo el lector puede atisbar, de palabras que no se dicen pero sobrevuelan estancias... Los buenos escritores no necesitan describir con meticulosidad cómo son sus personajes: simplemente les dan vida y los dimensionan sobre las páginas, y Wharton no era una buena escritora sin más: era muy (muy) buena, y la construcción de personajes era sin duda una de sus señas de identidad, una de las cosas que hacen grande su obra (creo que os digo lo mismo cada vez que reseño una novela suya, pero es que es totalmente cierto y no hacer hincapié en ello sería negligencia pura y dura).

A todo esto se suma la excelente narración, imbuida de una premonición fatal que acompaña toda la lectura; sabes que algo va a ocurrir, algo muy malo, porque sabes que el destino de Ethan Frome es negro como el tizón por muchos rayos de sol que él intente atrapar entre las nubes. Desde el inicio del libro lo esperas, lo anticipas, no os estoy desvelando nada que no sepáis desde la segunda página, pero no eres capaz de adivinar por dónde va a llegar, qué va a pasar, qué lo va a provocar... hasta que lo tienes encima y te deja sin aliento.

Y es que ese final es de los que nunca se olvidan, de los que te hacen pensar "Wharton, ¿de verdad vas a hacer lo que yo creo que vas a hacer?". Y lo hace, vaya si lo hace. Y le da al libro un broche majestuoso... sí, majestuoso. Con todas las letras. Qué pena no poder explicaros todo lo que encierra ese final, lo que significa en la historia, cómo la redondea, sin contaros cosas que serían imperdonables y que no puedo ni esbozar. Tendré que conformarme con la esperanza de que lo leáis y lo comprobéis por vosotros mismos. Y todo esto os lo digo sabiendo como sabía lo que iba a pasar. Imaginad la primera vez que lo leí.

La edición incluye un prólogo de la propia Edith Wharton a la edición de 1922, y me ha resultado muy curiosa porque muchas veces leemos un libro y no somos plenamente conscientes del proceso que hay detrás, del porqué un autor escoge una forma de narrar y no otra, una forma de darnos a conocer detalles y no otra, del grado de complejidad o superficiliadad conscientes que otorga a la narración y a los personajes... Wharton confiesa en este prólogo que su forma de abordar esta historia recibió el rechazo unánime de los pocos amigos a los que se lo esbozó, pero que ella, por primera vez, tenía la confianza suficiente en sí misma como para saber que hacía lo correcto y que debía seguir su instinto, haciendo caso omiso de esas opiniones disuasorias.

El resultado de esa persistencia, de esa terquedad, fue esta obra maestra, esta pulida joya escasa en longitud pero enorme en su genio narrativo, que creo que todo lector debería leer al menos una vez en la vida. Os aseguro que merece mucho la pena, y que probablemente no olvidéis nunca lo que encontréis en sus páginas.
Enlace: https://inquilinasnetherfiel..
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