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Crítica de MarioG17


MarioG17
11 February 2020
En el país de los ciegos, el tuerto es el rey.
El país de los ciegos, de H. G. Wells y traducido por Javier Calvo, es un libro cuya extensión me alarmó, como el que reseñé en la última publicación. Tras acabar el anterior un poco cabreado porque su autor, Uzanne, me enervó bastante, decidí cegarme y sosegarme un poco con este libro, y surtió efecto al principio, aunque no sé si al final consiguió enervarme más aún.
Nunca he leído a Wells, y creo que es una buena manera de comenzar. No es una de sus obras más conocidas, es apenas una novela corta o un relato donde podemos entrar suavemente al mundo de Wells. Esta historia fantástica está situada en el tiempo en la época en la que Perú estaba gobernada por España (es decir, en cualquier momento de ese amplio espectro histórico en que aquel país estuvo bajo el mando español) y su espacio es el País de los Ciegos, un lugar situado más allá de los Andes, una zona que quedó aislada del resto del mundo por la erupción de un volcán y sus presumibles consecuencias.
Hasta esa zona donde habitan un puñado de personas ciegas (pero que han desarrollado el resto de sus sentidos más de los normal) llega un día un montañista apellidado Núñez que se pierde en una de sus escaladas y que va a parar allí. Núñez, tras adivinar que aquel es el País de los Ciegos del que tanto había escuchado en las leyendas de su tierra, decide proclamarse rey. El problema es que los ciegos no saben que están ciegos, y desconfían de él, al que tachan como un bebé porque dice palabras que ellos desconocen (palabras como ‘ver', ‘ciego' o ‘Bogotá', que es del lugar de donde Núñez procede).
Ellos lo acogen finalmente, le dicen sus normas y lo tratan con desdén y casi con condescendencia, porque creen que es inferior a ellos por hablar de esa cosa a la que él llamar ‘ver'. Núñez termina peleándose con ellos al intentar convencerlos de que son ciegos, pero sale ileso gracias a contar con la vista. Aunque termina haciendo las paces con el poblado y se deja humillar para que crean al final que él también es ciego y que todo lo que había dicho hasta ahora eran tonterías, y así no sufrir exclusión.
Sin embargo, el amor por una de las muchachas del poblado le hará pensarse convertirse en ciego para poder vivir en armonía en su compañía. Tendrá que decidir entre el amor o la visión, y yo creo que al final elige bien, tal y como yo habría hecho.
Por momentos, los habitantes del país de los ciegos me han enervado por su ignorancia tremenda y su insensatez, y temía que Núñez se uniera a ellos, pero al final hizo lo que mejor estuvo en su mano. Yo habría preferido morir en las montañas colindantes intentando volver al mundo civilizado antes de convivir en ese poblado de ignorantes, analfabetos y burros. No me he leído el libro Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, que lleva ya varios años cogiendo polvo en una de mis estanterías, pero tengo la sensación de que este y aquel libro guardan cierta similitud no tanto en la forma como en el fondo, en el mensaje, porque es indudable y no hace falta que yo hable sobre la crítica feroz e hiriente que Wells hace aquí sobre la estulticia, la cerrazón mental y la ceguera social frente a ciertos temas.
Está bien que libros tan sencillos aparentemente como este hagan que te hierva la sangre. Por eso lo recomiendo, porque yo me esperaba otro tipo de narraciones de Wells y, sin embargo, me ha gustado encontrarme con esta historia.
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