Él asintió despacio, pendiente de sus labios rojos. Al mismo tiempo, el camarero gritó. Eso era terror, eso era sufrimiento, no tenía nada que ver con que le hubiesen obligado a bajarse los pantalones. De pronto todo el mundo jaleaba, reía y profería obscenidades en una perversa armonía que recordaba a un cántico satánico. —... Nosotros no guardamos las sobras. ¿Comprendes? |