El verde de sus ojos fascinaba, pero era también un claro reflejo del alma de Sarah Brooks. No había emociones que quedaran ocultas en ese mar de color de jade.
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El verde de sus ojos fascinaba, pero era también un claro reflejo del alma de Sarah Brooks. No había emociones que quedaran ocultas en ese mar de color de jade.
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El rencor —le decía— era como un metal que se oxida, que carcome la pureza. El rencor podía convertirse en odio, y el odio es ese agujero negro donde ni un atisbo de luz puede escapar.
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Hay veces en que la razón puede más que el corazón y, en el caso de Sarah, su lógica y razón pesaron más que los sentimientos.
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Viéndolo en vivo y en directo, si sus gestos mentían igual que su boca, o era un artista del engaño interpretando la actuación de su vida o estaba siendo sincero.
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Debo confesar que conozco esa sensación, y sé lo que es. Lo he vivido y lo he sentido. Se llama conciencia. Es ese ser interior que permanece latente, o incluso dormido, pero que llegado el momento —y según las circunstancias o nuestros actos— se despierta para decirnos que la hemos pifiado.
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Los hijos son una proyección de nosotros mismos, una extensión de nuestros anhelos y deseos.
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La lección que he aprendido es clara: ni todos mienten, ni todos dicen la verdad, las apariencias no solo engañan, sino que por mucho que creas conocer a una persona, siempre hay algo más bajo la corteza.
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La línea roja que separa «quién» eres de lo que «realmente» eres existe y no es tan difícil de cruzar como creemos, y una gran explosión empieza solo por encender una mecha.
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En cuanto a mí, la lección que he aprendido es clara: ni todos mienten, ni todos dicen la verdad. Las apariencias no solo engañan, sino que por mucho que creas conocer a una persona, siempre hay algo más bajo la corteza.
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Oh, sorpresa: lo sé. ¿Qué pretendías? ¿No sabes que la verdad siempre sale a la luz? Hasta lo más oscuro y recóndito emerge. Sobre todo, lo podrido.
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10 negritos