— El amor es un lujo. — No. El amor es un elemento. Un elemento. Como el aire que se respira, o el suelo que se pisa. |
— El amor es un lujo. — No. El amor es un elemento. Un elemento. Como el aire que se respira, o el suelo que se pisa. |
Unos ojos perfilado con kohl en un rostro bronceado por el sol. Ojos color fuego con un resplandor de chispas que dibujaban una estela incandescente en el aire. Karou sintió una sacudida —no se trataba de un mero sobresalto, sino de una reacción en cadena que recorrió su cuerpo como un torrente de adrenalina—. Sus extremidades adquirieron la ligereza y la fuerza de un despertar, un enfrentamiento o un vuelo repentino, algo químico y salvaje. ¿Quién es? pensó al tiempo que su mente trataba de alcanzar el fervor de su cuerpo. Y ¿qué era? |
Akiva había pasado los últimos meses obsesionado con su imagen —aquel encantador rostro alzado para mirarlo, mientras se encogía bajo su sombra, creyendo que iba a morir—. El recuerdo lo abrasaba. Una y otra vez lo atormentaba pensar lo cerca que había estado de matarla. Pero ¿qué lo había detenido? Algo en ella había evocado a otra muchacha, perdida mucho tiempo atrás, pero ¿qué? No fueron sus ojos. No eran castaños y cálidos como la tierra, sino negros como los de un cisne, oscuros sobre su blanquísima piel. (…) Finalmente lo había descubierto. Se trataba de un gesto: la manera en que había ladeado la cabeza, como un pájaro, al mirarlo. Eso fue lo que la había salvado. Algo tan insignificante como aquello. |
—¿Y que es real? —Si puedes matarlo, o te puede matar, es real. |
¡Oye! Puede que mi cuerpo sea pequeño , pero mi espíritu es grande. Por eso llevo zapatos con plataforma. Para estar a la altura de mi alma.
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¿Te has preguntado alguna vez si son los monstruos los que provocan la guerra, o si es la guerra la que provoca monstruos?
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Te aseguro que cada día odio a más gente. Todo el mundo me irrita. Si ahora soy así, ¿qué pasará cuando sea mayor?
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Él no se da cuenta. Forma parte de la condición de monstruo no identificarse como tal. Es como el dragón que mientras estaba agachado en una aldea devorando doncellas escuchó a los campesinos gritar. «¡Un monstruo!», y se volvió para mirar.
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—No conozco muchas reglas para regir la vida -había afirmado-. Pero te enseñaré una muy sencilla. No metas en tu cuerpo cosas innecesarias. Nada de venenos ni productos químicos, tampoco gases, tabaco o alcohol, ningún objeto afilado ni agujas prescindibles (drogas o tatuajes) y, por supuesto..., ningún pene innecesario.
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No luches contra monstruos no sea que te conviertas en uno de ellos. Y si miras largo tiempo dentro del abismo, el abismo también mirará dentro de ti.
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Manolito ...