Hija de humo y hueso de Laini Taylor
Akiva había pasado los últimos meses obsesionado con su imagen —aquel encantador rostro alzado para mirarlo, mientras se encogía bajo su sombra, creyendo que iba a morir—. El recuerdo lo abrasaba. Una y otra vez lo atormentaba pensar lo cerca que había estado de matarla. Pero ¿qué lo había detenido? Algo en ella había evocado a otra muchacha, perdida mucho tiempo atrás, pero ¿qué? No fueron sus ojos. No eran castaños y cálidos como la tierra, sino negros como los de un cisne, oscuros sobre su blanquísima piel. (…) Finalmente lo había descubierto. Se trataba de un gesto: la manera en que había ladeado la cabeza, como un pájaro, al mirarlo. Eso fue lo que la había salvado. Algo tan insignificante como aquello. |