Drácula

La primera vez que leí Drácula (1897), no sabía nada del irlandés Bram Stoker y lo imaginaba como un sesudo y creativo autor de otros tiempos. Mi yo adolescente devoró esta novela compuesta por cartas, diarios, anotaciones y fragmentos de prensa, en un par de días de gripe. Y se quedó con ganas de más. Stoker se me volvió, de pronto, fascinante. Quería saberlo todo sobre esa carrera como funcionario, que abandonó en la cumbre, para unirse al que sería su compañero de vida, el actor Henry Irving, y embarcarse en el proyecto del Lyceum Theatre, que ocuparía casi treinta años de su existencia y que no sería jamás un mar en calma. Descubrí su boda con la enigmática belleza Florence Balcombe, amada por Oscar Wilde, a quien se atribuye la destrucción de las películas de Nosferatu (1922), que consideraba que atentaban contra los derechos de autor de su difunto.

Quizá el primer contacto con el terror lo hubiera tenido Bram en sus primeros años de vida cuando, obligado a guardar reposo a causa de una salud precaria, su madre lo entretenía contándole historias de fantasmas, que hacían las delicias del niño. Mucho más tarde, entraría en contacto con Sheridan le Fanu, copropietario del Dublin Evening Mail, para el que escribía críticas teatrales. le Fanu era uno de los autores más populares del momento gracias a sus cuentos góticos, entre los que destaca Carmilla (1872), obra que parece haber servido de cierta inspiración a Stoker ya que, inicialmente, pensaba ubicar su relato en la misma tierra de Estiria.

Drácula ha pasado a ser la piedra angular del vampirismo para nuestra cultura, pasando por alto tratados orientalistas que estudió el propio Stoker; El Vampiro (1819), de Polidori o la propia Carmilla (1872), de le Fanu, todos ellos anteriores cronológicamente al libro que nos ocupa.Fascinante, ¿verdad? Y es que, ciertamente, podríamos asegurar que, en vista del éxito del que esta lucha entre el bien y el mal sigue suscitando, Drácula se encuentra más vivo que nunca.
Enlace: https://www.instagram.com/mi..