Una guía sobre el arte de perderse

Para Woolf, perderse era más una cuestión de identidad que de geografía, un ferviente deseo (incluso una necesidad imperiosa) de no ser nadie o de ser cualquier otra persona, de liberarse de las cadenas que te recuerdan quién eres, quién creen los demás que eres.

Quizá provocó una sensación de ligereza en aquel pequeño cuerpo para el que la gravedad de este planeta de tamaño medio se había vuelto algo tangible de repente.

Hay quienes reciben de nacimiento una identidad que les resulta suficiente, o que al menos no cuestionan, y hay quienes emprenden el camino de la reinvención, por supervivencia o por placer, y viajan muy lejos.

Deja la puerta abierta a lo desconocido, la puerta tras la que se encuentra la oscuridad. Es de ahí de donde vienen las cosas más importantes, de donde viniste tú mismo y también a donde irás.

No podemos retroceder en el tiempo pero sí podemos regresar a los escenarios de una historia de amor, de un crimen, de la felicidad y de una decisión fatídica: los lugares son lo que permanece, lo que podemos poseer, lo que es inmortal. Los lugares que nos han hecho lo que somos se convierten en el paisaje tangible de la memoria, y en cierto modo también nosotros nos convertimos en ellos. Son lo que podemos poseer y lo que al final acaba poseyéndonos

Una vez amé a un hombre que era muy parecido al desierto, y antes de eso amé al desierto.

La mayor{ia de los cambios tienen lugar sin que los alentemos o señalemos tan explicitamente. Quizá el cambio sea así, unas veces espectacular y otras más discreto, algo visible y a la vez oculto, una constante oscilación entre lo lejano y los cercano.