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Descubrí a Samantha Schweblin este verano con sus "Kentukis" y supe que tenía que leer algo más de ella. Este libro me llamaba mucho la atención y fue empezarlo y no poder parar, me enganchó desde la primera página. Y es que la autora ha sabido crear una atmósfera tan tensa y asfixiante que consigue contagiarte la ansiedad de la protagonista por saber qué está pasando. Hasta en algún momento me parecía estar leyendo un relato de terror. Amanda se despierta un día acostada en una clínica sin recordar nada. Poco a poco, y con la 'ayuda' de un extraño niño, empieza a reconstruir los hechos que la han llevado hasta allí y así encontrar el punto exacto en que ese hilo que la unía con su hija se rompió. Con un ritmo que apenas te deja respirar va hablando de maternidad, de las relaciones y supersticiones en los pueblos pequeños, de obsesiones y culpa. Y no cuento más porque creo que es mejor leerlo sin saber apenas nada. La verdad es que después de tanta inquietud acumulada yo esperaba un final explosivo pero no fue así. Sinceramente, al terminar sentí que no lo había entendido del todo, pero volviendo a leer algunas partes con más atención me empezó a cuadrar cada vez más y me pareció un desenlace bastante coherente. |
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