Antes del salto

Qué tendrán las fotografías que son capaces de transmitirnos tantas emociones, de hacernos revivir momentos, de recordarnos que aquello que aparece en la imagen no lo soñamos, que fue real. A veces una simple instantánea, no tiene porqué ser perfecta, puede que hasta desenfocada o descuadrada, que capta un instante fugaz, nos puede hacer evocar una sensación, un aroma, o toda una vida.

La protagonista de este libro se acuerda de repente de una fotografía. Una especial, que siempre ha guardado con cariño, porque aparecía ella montando a su caballo Quessant. El que tenía cuando era niña, con el que competía en los campeonatos de salto, junto al que vivió tantas cosas y al que tan bien conocía.
Y se acuerda de ella justo en mitad del vuelo a Lisboa, adonde se está mudando. La recuerda porque se la ha dejado olvidada y no puede evitar que cierta inquietud se apodere de ella. No es importante, pero siente que sin ella le falta algo.

La imagen no sale de su cabeza y, a partir de ella, comienza a rememorar escenas de su infancia y juventud, de quién fue ella, lo que quería conseguir, adonde quería llegar, de la vida de su madre, que ya no está... de un montón de recuerdos. Que se mezclan con el presente, su propia maternidad, su carrera profesional, la vida de pareja, las renuncias y ganancias. Y con Quessant, siempre vuelve a Quessant. A la relación entre el caballo y ella, a cómo empezó todo, a lo que vivieron juntos, y a cómo terminó. Sin idealizar ni romantizar al animal ni al vínculo que tenía con él. Y justamente son las imperfecciones las que construyen una narración tan bonita y real.

Todo esto cabe en un relato muy íntimo y a veces nostálgico, con una voz cercana y reflexiva que me ha encantado. He subrayado muchísimas frases y es un libro que volvería a leer en un tiempo, y eso es una muy buena señal.

Otra vez he sentido la necesidad de escribir justo después del preciso instante en el que dejo caer la última página y aparto el libro con suavidad para afrontar con mis propias palabras aquellas que Marta San Miguel nos ha regalado en su primera novela.

Qué libro tan bonito en la sencillez de lo que nos cuenta. Pese a dejar un pequeño surco de tristeza esta no es limitante sino que expande los vapores del pecho hasta sentir que el tamaño de los recuerdos que has ido creando durante su lectura no cabe en las cuatro paredes de la habitación.

Este es un libro de cuerpo, de emoción, de latidos que acompasan perfectamente el sugerente pulso entre lo cotidiano y lo reflexivo. Es la historia de Quessant, el caballo que enseñó a su protagonista la importancia de los saltos, las caídas y el aprender a levantarse. La oportunidad que nos ofrece el olvido como redención a los grandes momentos de nuestra memoria.

La protagonista y su familia deben mudarse a Lisboa durante un año y una vez allí se da cuenta de lo importante que hubiera sido llevar consigo la foto del caballo que marcó su juventud. Un retrato que, como los pequeños grandes momentos que compartió con su madre, irán salpicando un texto concebido para ser leído con placer, sin expectativas ni necesidad de ver en él más de lo que nos puede ofrecer.

Lo que más me ha gustado de la novela no es tanto la trama como la sensación de que la verdadera historia que nos mueve se encuentra en la tiranía de los objetos. Puede ser el cuadro de la infancia o una mesa de Ikea; encontraremos la belleza de la imaginación no tanto en las descripciones de la estadía lisboeta sino en la profundidad de significado que puede tener un estribo o una barra de salto.

Para ser una primera novela es una propuesta más que merecedora de un vistazo, sobre todo porque consigue lo que pretende, si es que hay una pretensión que sea más honesta que suspirar profundamente antes del salto.

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Creo que voy a hablar más de lo que me ha evocado el libro que del libro en sí mismo, y sin embargo agradezco tanto a la autora la escritura de esta novela, tan bella y con tanta sensibilidad…
En el club hípico podía pasarme el fin de semana entero, en ese período vital en que quieres ser independiente y pasar menos tiempo con tus padres. Pasear por las cuadras, dar de comer a los caballos, ducharles, prepararles para los concursos, y por supuesto, montar y aprender, con ello, que la relación con un animal es un proceso complejo cargado de significados y de valores.
Este libro ha despertado estos recuerdos escondidos en algún rincón de mi memoria y, con ello, multitud de facetas de mi misma a las que tuve que hacer frente en aquel momento.
El libro es una reflexión sobre la pérdida, sobre la memoria, sobre lo que pasa y lo que queda. Pero por encima de todo es una carta de amor a Quessant ❤️