Antes del salto

Otra vez he sentido la necesidad de escribir justo después del preciso instante en el que dejo caer la última página y aparto el libro con suavidad para afrontar con mis propias palabras aquellas que Marta San Miguel nos ha regalado en su primera novela.

Qué libro tan bonito en la sencillez de lo que nos cuenta. Pese a dejar un pequeño surco de tristeza esta no es limitante sino que expande los vapores del pecho hasta sentir que el tamaño de los recuerdos que has ido creando durante su lectura no cabe en las cuatro paredes de la habitación.

Este es un libro de cuerpo, de emoción, de latidos que acompasan perfectamente el sugerente pulso entre lo cotidiano y lo reflexivo. Es la historia de Quessant, el caballo que enseñó a su protagonista la importancia de los saltos, las caídas y el aprender a levantarse. La oportunidad que nos ofrece el olvido como redención a los grandes momentos de nuestra memoria.

La protagonista y su familia deben mudarse a Lisboa durante un año y una vez allí se da cuenta de lo importante que hubiera sido llevar consigo la foto del caballo que marcó su juventud. Un retrato que, como los pequeños grandes momentos que compartió con su madre, irán salpicando un texto concebido para ser leído con placer, sin expectativas ni necesidad de ver en él más de lo que nos puede ofrecer.

Lo que más me ha gustado de la novela no es tanto la trama como la sensación de que la verdadera historia que nos mueve se encuentra en la tiranía de los objetos. Puede ser el cuadro de la infancia o una mesa de Ikea; encontraremos la belleza de la imaginación no tanto en las descripciones de la estadía lisboeta sino en la profundidad de significado que puede tener un estribo o una barra de salto.

Para ser una primera novela es una propuesta más que merecedora de un vistazo, sobre todo porque consigue lo que pretende, si es que hay una pretensión que sea más honesta que suspirar profundamente antes del salto.

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