Esta herida llena de peces

Con un adulto sería menos difícil esta conversación, los niños odian los rodeos y agarran las mentiras en el aire. Tanto navegar para ofrecer una pregunta que debería quedarse más tiempo en un cajón a la espera de que el niño la encuentre.

(…) la brisa mueve las hojas de las palmas y se lleva las nubes que aparecen en un cielo bajo el que nadie puede pedir deseos.

No me importa si para que el niño se quede conmigo tengo que recibir a la madre. Las dos, igual de solas, buscamos en él un motivo para seguir viviendo en una tierra de madres abandonadas (…)

Del amor le dije que era todo lo que se podía hacer con las manos y que es un apodo que la gente usa cuando se tiene mucha confianza y comparte almohada.

Una madre teme perder a su hijo en cualquier momento y yo temo el doble porque no es mío.

Un presagio es algo pequeño, hondo, como el vacío en el vientre.

Cuando un niño aparece, después de haberse perdido por juego o por descuido, nunca lo reciben con un abrazo. El miedo y la rabia se lanzan sobre él, lo pellizcan, le jalan las orejas y el pequeño no entiende por qué jugar está mal. Lo regañan por aparecer, casi por estar vivo. Cuando nos hemos alejado lo suficiente, me detengo y lo abrazo.

Yo, como el niño, creo en las palabras. Cuando llora porque quiere un juguete y le digo que, si Dios quiere, la otra semana se lo compro, me cree; y da por hecho que Dios sí quiere, para eso le reza cada noche.

A veces, no ver ni oír protege. No abandono, tener un niño es mirar siempre de reojo.

No siempre puedo ser fuerte y valiente como una madre de verdad. Lo intento, juro que lo intento. Ser mamá, fingir que le ganas al miedo y pierdes en los juegos. Siento, a veces, que fui yo quien nació de él.