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Marina me ha dejado el corasonsito tocado. En esta preciosidad de libro ya estaba todo lo que el autor desarrollaría después en su tetralogía del cementerio de los libros olvidados: mansiones abandonadas de la arruinada burguesía barcelonesa, el Raval más tétrico y misterioso, las notas entregadas al protagonista por alguien al cargo de "los malos", amores imposibles, gente que queda desfigurada por algún suceso terrible... El pobre Óscar se aburre como una ostra en un internado del norte de Barcelona y en uno de sus paseos se cuela en una mansión que conoció tiempos mejores siguiendo a un gato bastante malaje. Gracias a eso conoce al dueño de la casa, Germán, y a su hija Marina. Como Marina también es muy dada a los paseos porque le pasa como a Óscar, que está más colgada que un fuet, pues se ajuntan y les pasa de TODO. Porque no podrían irse a dar una vuelta por el rompeolas, no, ellos tenían que ir al antiguo cementerio de Sarriá, que se supone que existe pero nadie sabe bien bien dónde está. Marina sí, y la lían parda. Por el momento, lo mejor que he leído de Carlos Ruiz Zafón, sin ninguna duda.
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