Podría ayudar a demostrar al mundo que los verdaderos alemanes no eran como decían los nazis. Los alemanes que él conocía luchaban por una causa justa y defendían a sus propios ciudadanos, no los hacían prisioneros.
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Podría ayudar a demostrar al mundo que los verdaderos alemanes no eran como decían los nazis. Los alemanes que él conocía luchaban por una causa justa y defendían a sus propios ciudadanos, no los hacían prisioneros.
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Sabía que no había mayor herida ni mayor dolor que los producidos por la humillación y el insulto.
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Le pareció escuchar los latidos de un animal, de pulso firme y decidido. Era el nuevo corazón del Reich. Un nuevo Reich en el que solo sobrevivirían los más fuertes. Uno en el que Guthmann y la gente como él representaban el papel de la presa perfecta.
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Las heridas de la mente cicatrizaron con mayor lentitud que las de la piel.
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Una vez que se abren las puertas del infierno, no hay quien las pueda cerrar sin antes perder todo lo que una vez amó.
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Recorrieron un largo pasillo de mármol rojo con amplios ven- tanales que daban a los jardines de la Cancillería, y que dejaban entrar una gran luminosidad a la enorme estancia. Las botas del oficial restallaban sobre el mármol como los cascos de los caballos al trotar sobre el adoquín y, según iban avanzando, se sucedían butacas y mesas de baja altura dispuestas cada diez metros. Meyer imaginó a todos los gerifaltes del partido y del gobierno sentados en cada uno de los butacones pasando el tiempo mientras espera- ban a ser recibidos por el Führer. |
Alexanderplatz se abrió ante ellos como un vasto territorio con un continuo trasiego de personas yendo y viniendo, mucha- chos vendedores de periódico, tranvías que parecían sumergirse y desaparecer en plena vorágine de viandantes y coches, autobuses de dos pisos, y una serie de variopintos edificios que enmarcaban la plaza más concurrida de la ciudad. |
Gregorio Samsa es un ...