Soledad voluntaria

Thoreau: "El destino del país no depende de cómo votéis: el peor de los hombres es tan bueno en este juego como el mejor de ellos. No depende de la papeleta que llevas a la urna una vez al año, sino del tipo de persona que llevas, desde tu habitación hasta la calle, cada mañana".

¿los episodios de soledad estimulan la facultad de disfrutar de los momentos en sociedad?

La soledad es un desvío saludable. Lleva de vuelta hacia la sociedad.

Todas las soledades voluntarias implican momentos de desapego. El territorio mental es tan vasto que hay que caminar mucho dentro de uno mismo, perderse a veces, antes de vislumbrar la forma de las cosas.

[...] hay cumbres donde el lenguaje se reinventa. Quizá se deba al cansancio. En cualquier ascenso de ese tipo llega un momento en que la distancia entre las palabras y las cosas se reduce al mínimo. Nadie habla como suele hacerlo. Se vuelve complicado interpretar o disertar con tanta soltura como antes. La altitud restituye el lenguaje a sus orígenes más básicos. El viento de las montañas abate las conversaciones. Las palabras se ponen al mismo nivel que las cosas. Las cosas se hacen más fuertes. Se toman la revancha de las palabras. La montaña deja de ser un significante exterior. Se impone. Cuanto más sube el montañero, más se identifica con ella.

En soledad, uno se afana en recuperar la calma mental perdida en la tormenta de las obligaciones. [...] Sabemos que la necesidad de estar desconectado no es ajena al deseo de estar conectado. No es un dualismo. Nunca lo ha sido. Queremos, al mismo tiempo, cortar y no cortar con la presencia machacona de la sociedad.

¿Por qué nos gusta tanto estar solos? Nos gusta estar solos porque sabemos que no estamos solos de verdad o que pronto estaremos de vuelta en la sociedad.

Si se desarrolla correctamente, toda soledad voluntaria invita a no quedarse aislado durante mucho tiempo. La necesidad de soledad se desvanece por sí sola. Llega un momento en que se ha colmado. Queda la serenidad.

La palabra distingue a los individuos, mientras que el silencio los iguala.

Knuth prefiere con mucho la inclemencia ártica al "complejo universo carcelario" de la "gran ciudad". Considera que la ciudad maniata a los ciudadanos. Los somete a unas obligaciones cuyo sentido han olvidado. Los transforma en esclavos del "tiempo libre" que se han ganado con el sudor de la frente.