Las mentiras eran como una pendiente resbaladiza que al final te hacían tropezar.
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Las mentiras eran como una pendiente resbaladiza que al final te hacían tropezar.
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A veces la oscuridad aparece cuando no debería.
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La sorpresa se adueñó de su rostro. La misma sorpresa que había sentido yo desde el minuto uno de nuestro matrimonio. No era en absoluto como yo había esperado. Podía haber montado un numerito de adolescente, pero, en lugar de eso, estaba tratando de asumir las responsabilidades de su nueva vida. Se encargaba de todo de forma atenta y adorable. Parecía demasiado buena para ser real. |
Sin embargo, a juzgar por cómo se había comportado hasta el momento, sabía también que las suyas serían las únicas reglas válidas entre esos muros. Tendría que pelear por cada pedazo de poder y de libertad, pues él no iba a cederlos con facilidad.
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No entendía cómo había podido centrarme en lo que percibía como malo en Giulia cuando la conocí —su flequillo, sus vestidos estrafalarios y su edad— en vez de ver todo lo bueno en ella. Y había tantas cosas buenas que hasta los pequeños detalles molestos quedaban relegados a un segundo plano. Giulia era perfecta para mis hijos y para mí. Quizás fuera por su edad, porque seguía siendo juvenilmente optimista, ingenuamente imprudente y atrevidamente inusual. No era lo que yo había querido en una esposa, pero, joder, era justo lo que necesitaba. |
Cassio era un hombre adulto, un hombre tremendamente imponente y poderoso. Yo apenas había terminado el instituto. ¿De qué se suponía que íbamos a hablar? Me encantaba el arte moderno, dibujar y hacer pilates. Dudaba que aquello le interesara a un hombre como él. Probablemente, la tortura y el blanqueo de dinero fueran sus pasatiempos favoritos; también, tal vez, tirarse a alguna puta de vez en cuando. La angustia se aferró a mis entrañas. En menos de cuatro meses, tendría que acostarme con ese hombre, con ese desconocido. Con un hombre que tal vez había conducido a su esposa a la muerte. |
Juegos de poder. No quería formar parte de ellos, pero, sin comerlo ni beberlo, me había convertido en un peón más del tablero.
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Eso sin mencionar el hecho de que yo no estaba muy seguro de querer a otra mujer en mi vida. Sin embargo, lo que yo quisiera era irrelevante. Todos y cada uno de los aspectos de mi vida habían sido dictados por férreas reglas y tradiciones.
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