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En los talleres de escritura es algo recurrente dedicar una clase en la que el profesor explica a los alumnos cuáles son los ingredientes para que una novela sea comercial. “Best seller”, no en el sentido literal de la palabra una vez traducida al español , sino en su connotación peyorativa. Los elementos tópicos del resultado comercial solemos tenerlos claros todos los que escribimos; la habilidad para plasmarlos en una obra nuestra, solo una exigua minoría. En “El guardián invisible”, Dolores Redondo parece haber sabido dar con esas claves y, según se comenta por quienes han leído las otras dos novelas de la “trilogía del Bazán”, también las explota en las otras dos entregas. La inspectora Amaia Salazar vuelve al pueblo en el que se crió para investigar el asesinato, en circunstancias casi idénticas, de varias jóvenes. El asesino, que parece querer embeberse de la juventud que las casi adolescentes exhalan, va dejando pistas que lo asemejan a un animal mitológico navarro. Uniendo una pista con otra, la maternidad frustrada de la protagonista, los malos tratos sufridos de pequeña por una madre con problemas psiquiátricos, y la irregular relación con sus hermanas, son el trasfondo personal que debe tener toda buena novela policiaca y que, justo es reconocerlo, “El guardián invisible” lo hace con esa trama. Mostrando personajes buenos y malos previsibles en sus rasgos, los claroscuros de la obra nos oponen esa deficiencia con la magistral ambientación de los pueblos de la Navarra rural y cerrada en sí. Pese a todo lo anterior, se trata de una novela pasable si lo que uno quiere es entretenerse y dejarse llevar por la intriga y evitando sumergirse en literatura compleja o que explore nuevas formas.
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