Una aldea del norte de Afganistán ha sido destruida por las tropas rusas que invaden el país. Un viejo espera con su pequeño nieto, junto a la caseta de un guardia, un vehículo que lo lleve a la mina donde trabaja su hijo, padre del pequeño Yasin quien ha quedado sordo a causa de las explosiones. El viejo ensaya en su mente, una y otra vez, las palabras con las que le dirá a su hijo Murad que toda la familia ha muerto en el incendio del pueblo. Los recuerdos, la impotencia y el dolor se mezclan, pugnan por salir, aunque el viejo sabe que en Afganistán los hombres no lloran. Lo que no sabe y no imagina lo descubrirá cuando llegue a la mina. Rahimi narra en un estilo pulcro y conciso. Logra plasmar el horror y el dolor de ese país, donde solo queda tierra y cenizas, con la delicadeza de un verdadero artista |