Te miro y de repente los sonetos tienen sentido. Los buenos, al menos.
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Te miro y de repente los sonetos tienen sentido. Los buenos, al menos.
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Todo lo que no se enseña bien puede parecer un castigo.
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Puedes justificar cualquier cosa si lo haces con suficiente poética.
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El tema con Shakespeare es que es tan elocuente… Dice lo indecible. Transforma el dolor y la victoria y el éxtasis en palabras, en algo que podemos comprender. Hace comprensible todo el misterio de la humanidad.
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Quería añadir algo con desesperación, pero mi mente estaba en blanco. Para alguien como yo, que adoraba tanto las palabras, era increíble lo a menudo que estas me abandonaban.
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La indignación moral que deberíamos haber sentido había sido anulada, suprimida como un rumor desagradable antes de que pudiese ser escuchado. Parecía que hiciéramos lo que hiciéramos —o, de forma más crucial, lo que dejáramos de hacer—, si lo hacíamos juntos, nuestros pecados individuales tal vez disminuirían. No hay mayor consuelo que la complicidad.
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Las verdades más íntimas me las guardé para mí: que hicimos el amor con tanta dulzura como ferocidad; que pese a que normalmente era grosera al hablar, el único ruido que hizo en la cama fue para murmurar «Oh, por Dios, Oliver» a mí oído; que tal vez nos hayamos querido durante un minuto o dos.
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Una cosa que estoy seguro de que Colborne jamás comprenderá es que necesito el lenguaje para vivir, como la comida; lexemas, morfemas y bocados de significado que me nutren con el saber de que sí, hay una palabra para esto. Alguien ya lo ha sentido antes.
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¿Cómo podíamos explicarles que subir a un escenario y decir las palabras de otro como si fuesen propias no era tanto un acto de valentía, sino más bien un afán desesperado de entendimiento mutuo? Un intento de forjar esa endeble conexión entre hablante y oyente para comunicar algo sustancial, aunque fuese mínimo.
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El cielo estaba despejado y silencioso, las estrellas nos espiaban con curiosidad desde el enorme domo índigo. El agua también estaba quieta, y pensé: Qué mentirosos son el cielo y el agua . Quietos y serenos y despejados, como si todo estuviera bien.
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Es el primer libro publicado por Carlos Fuentes.