Te miro y de repente los sonetos tienen sentido. Los buenos, al menos.
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Te miro y de repente los sonetos tienen sentido. Los buenos, al menos.
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La indignación moral que deberíamos haber sentido había sido anulada, suprimida como un rumor desagradable antes de que pudiese ser escuchado. Parecía que hiciéramos lo que hiciéramos —o, de forma más crucial, lo que dejáramos de hacer—, si lo hacíamos juntos, nuestros pecados individuales tal vez disminuirían. No hay mayor consuelo que la complicidad.
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Con tan solo la mitad de talento que el resto, yo parecía destinado a interpretar roles secundarios en las historias de los demás. Me había preguntado demasiadas veces si era el arte el que imitaba a la vida o al revés.
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Puedes justificar cualquier cosa si lo haces con suficiente poética.
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El cielo estaba despejado y silencioso, las estrellas nos espiaban con curiosidad desde el enorme domo índigo. El agua también estaba quieta, y pensé: Qué mentirosos son el cielo y el agua . Quietos y serenos y despejados, como si todo estuviera bien.
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—Tengo miedo —dijo muy despacio, después de lo que pareció ser un año— de ser más atractiva que talentosa o inteligente y que, por eso, nadie me tome en serio jamás. Como actriz o como persona.
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Todos habíamos estado bebiendo y siempre bebíamos realmente demasiado, como si fuese algo que debíamos hacer. El culto del exceso: alcohol y drogas, sexo y amor, orgullo y envidia y venganza. Nada con moderación
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Todo lo que no se enseña bien puede parecer un castigo.
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Quería añadir algo con desesperación, pero mi mente estaba en blanco. Para alguien como yo, que adoraba tanto las palabras, era increíble lo a menudo que estas me abandonaban.
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Se apoderó de mí la extraña e infundada idea de que se debatía entre decirme «te quiero» o no. Pero la diferencia entre nosotros era que ella daba por sentado que la gente sabía ese tipo de cosas, mientras que yo siempre temía que no.
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Es el primer libro publicado por Carlos Fuentes.