Pétalos de papel

Todas estas palabras son mi intento de que recuerdes, aunque Marcus dice que no lo vas a hacer. Que no puedo luchar contra la magia. Que hay batallas que están perdidas de antemano.

Puede que te hayas despertado de manera normal, como cualquier otro día, sin lágrimas, sin un peso en el corazón que no podías explicar, sin retazos de un sueño que parezca demasiado real. No sabes el miedo que me da eso.

Fue la primera vez que creamos algo entre los dos.
Esa noche realmente empezó todo.

No existen historias de fantasmas que den más miedo que las que nos contamos a nosotros mismos. Aquellas que nos traen de vuelta a quienes amamos para luego volver a arrebatárnoslos.

Lo sencillo que resulta revivir a alguien con algunas palabras, con conversaciones y hechos pasados, y lo difícil que es deshacerse de ellos después.

Se me fue de una de las maneras más dolorosas en las que se puede ir alguien: cuando todavía está a tu lado y, a la vez, no.

Adoraba los libros. Todos. Siempre me decía: «El día que yo me marche, me habré ido a uno». Y cuando se fue yo me convencí de que era cierto. Que se había colado en el último libro que se había quedado a medio leer sobre su mesilla de noche, porque siempre lo empezaba, una y otra vez, todos los días, desde que había dejado de poder recordar lo que pasaba en él. Pensé que se había ido a aquellas páginas a descubrirlas por fin hasta el final.

Ese fue otro de los errores que cometimos: olvidarnos de dejarnos las máscaras puestas delante del otro.

Tú te reíste y yo no pude evitar mirar de reojo cómo cambió tu rostro al hacerlo.

—[…] Gracias, conde.
Me pareció que pronunciabas mi título de una manera un poco distinta a todas las veces anteriores. Y puede que algo se revolviera dentro de mí al escucharlo, igual que algo se había revuelto cuando te habías roto delante de mí.