Marcus Abberlain me pareció un imbécil cuando lo conocí, pero lo conocería una y otra y otra vez.
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Marcus Abberlain me pareció un imbécil cuando lo conocí, pero lo conocería una y otra y otra vez.
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No sé si puedes comprender lo que es romper el silencio y dejar que alguien vea algo de ti por primera vez en mucho tiempo. Es como deshacerte de un vendaje y rozar una herida abierta.
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[...] a veces, creer que ya no te queda nada más que perder es justo lo que necesitas para que desaparezca el miedo a arriesgarte.
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—Mi abuela decía que la primavera estaba hecha de recuerdos. [...] —Cuando le dijeron que tenía alzhéimer, me lo explicó así. Me dijo que la memoria era como una flor y que la suya iba a ir marchitándose. Que quizá pasase poco a poco, o quizá demasiado rápido, era difícil saberlo. Y entonces, cuando llegaba la primavera y todo florecía, decía: «Qué recuerdos tan bonitos tiene la gente». Y yo le compraba flores y las regaba y las mantenía, fuese verano, otoño o invierno, para que viese que intentaría hacer lo mismo con su memoria. Y al principio había funcionado. Los primeros años habían sido fáciles, tanto para ella como para mí. Las cosas que olvidaba al principio pasaban por despistes, pequeños detalles con los que se podía convivir. Pero no puedes mantener la primavera para siempre. Al final, el otoño vuelve y todo empieza a morir. Unas llaves por dentro de la puerta se convierten en una anécdota que ya no es tan vívida, y la anécdota en un nombre que ya no te sale con la misma facilidad, y el nombre en un rostro que ya no sabes ubicar, y el rostro en la incapacidad de reconocer el tuyo propio al mirarte en el espejo. Fueron siete años hasta que llegó el invierno. —¿Sabes lo curioso? —susurré—. Olvidó muchas cosas. Muchos días me olvidaba incluso a mí. Pero nunca dejó de decir eso, cada primavera. «Qué recuerdos tan bonitos tiene la gente». + Leer más |
Lo sencillo que resulta revivir a alguien con algunas palabras, con conversaciones y hechos pasados, y lo difícil que es deshacerse de ellos después. No existen historias de fantasmas que den más miedo que las que nos contamos a nosotros mismos. Aquellas que nos traen de vuelta a quienes amamos para luego volver a arrebatárnoslos.
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Pensé en ella. En mi propia Olivia. En la manera en la que había olvidado. En cómo era una persona y a veces dejaba de serlo y otras veces regresaba un tiempo, pero nunca del todo. La perdí. Se me fue de una de las maneras más dolorosas en las que se te puede ir alguien: cuando todavía está a tu lado y, a la vez, no.
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—Hay cosas que no se cuentan a los niños. —Creemos que es para que no tengan que buscar cada noche debajo de su cama, pero a veces también es para no despertar a los monstruos que duermen debajo de las de los adultos.
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A veces solo escribimos para eso, ¿verdad? Para recordar.
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—Mi abuela decía que la primavera estaba hecha de recuerdos.
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[…] una vez Marcus y yo empezamos a entendernos, nos entendimos demasiado bien.
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¿En que año nació Marcel Proust?