Mientras estamos muertos

[…] y ahora me acuerdo de aquel momento en el que pude poner una imagen clara a las diferencias de clase incluso entre proletarios e hijos de proletarios, cuando vi que un compañero sacaba un bocadillo de fideos y garbanzos, los restos de la comida del día anterior […].

El hospital se me vuelve insoportable, sus olores, sus ruidos, los análisis, los diagnósticos […].

El camino que tomo es también el mapa de mi conciencia, y mi indiferencia me define tanto como mis gustos y mis fobias.

A mí la realidad se me pega a la piel; yo sí me siento culpable, soy testigo y verdugo, soy consciente, un ojo insomne, un ojo sin párpados […].

¿Basta con escribir sobre el mundo que nos rodea para saldar las deudas?

Todo lo que sucede a nuestro alrededor nos sucede a nosotros.

[…] un hombre violento al que recuerdo entrando en el dormitorio de su hija con la cara roja de rabia no sé por qué motivo y liándose a cinturonazos con la chica aún adolescente antes de que despertara y pudiera saber la razón del castigo.

Uno no debe encariñarse con nadie porque así no te duele cuando sufren.

[…] si no te encariñas, no duele.