Esa época de la maternidad ha quedado ya casi atrás, esa época en que no tenemos oído propio porque debemos estar siempre pendientes, carcomidas por el llanto y la llamada de los hijos.
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Esa época de la maternidad ha quedado ya casi atrás, esa época en que no tenemos oído propio porque debemos estar siempre pendientes, carcomidas por el llanto y la llamada de los hijos.
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Le di el pecho. Es algo que, hoy en día, parece importante. Di el pecho a todos mis hijos, pero a ella, con toda esa rigidez feroz de la primera maternidad, se lo di tal y como decían los libros. Aunque sus gritos me golpearan hasta provocarme temblores y me dolieran los pechos, desbordados, esperaba hasta que lo decretara el reloj.
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Ahora no tenían niños. Que se rompiera él la cabeza pensando en cómo podían vivir. Ella no iba a cambiar su soledad por nada del mundo. Nunca más se vería obligada a moverse al ritmo de los demás.
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Se había refugiado en los nietos, que habían tenido infancias de niños sin pasar hambre; no habían vivido devastados por la enfermedad, sino en casas cálidas con muchas habitaciones; habían ido a la escuela todo lo que habían querido; podían caminar por las calles que desearan y sacaban una cabeza a sus abuelos —además de tener la piel suave, la espalda recta y la mirada franca y clara.
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Gregorio Samsa es un ...