Segundo libro que leo de Mónica Ojeda, segundo libro suyo que me deja catatónica tras terminarlo. Y es que Mónica Ojeda es capaz de construir esos ambientes rarísimos y oníricos, en los que lo tabú sale a la luz y lo que consideramos normal queda enterrado por capas de sangre y vísceras. Todo ello confluye con su pluma, extremadamente lírica y repleta de metáforas (que, dicho sea de paso, a veces llegaba a sacarme un poquito de la historia). Es decir: te cuenta lo más crudo, sórdido y desagradable con una pluma que lo dota de una morbosa belleza que no puedes dejar de mirar. Y es esa manera de jugar con tus emociones y crear sensaciones de incomodidad lo que hace a Ojeda ser La Ojeda. En «Las Voladoras», la autora mezcla escenas que bien podrían ser cotidianas con misticismo, leyendas y giros oscuros. Se puede observar una enorme presencia de la tradición y mitología andinas, a través de la descripción de unos paisajes fascinantes y la inclusión de criaturas como las umas o las voladoras que dan título a esta antología (ambas relacionadas con la brujería, lo cual es bastante curioso). Y con todos estos recursos, Mónica Ojeda nos habla de feminicidio, de violencia, de muerte, de incesto, del paso de tiempo, de cuerpos ya sea desde lo monstruoso o desde la reivindicación de sus funciones naturales. Y de todo ello construye imágenes que no puedes sacarte de la cabeza. Si tuviese que señalar mis relatos favoritos, me quedaría con «Caninos», «Cabeza Voladora», «Soroche» (me interesaron muchísimo sus temas) y «El mundo de arriba y el mundo de abajo», que me resultó una auténtica preciosidad llena de dolor. En conclusión: a Mónica Ojeda hay que leerla. «Mandíbula» me pareció una burrada de novela y esta colección de relatos, aunque me ha gustado menos, me parece también una pedazo de obra. |