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Crítica de Guille63


Guille63
11 March 2023
Desde las sobrias y cortantes frases con las que se inicia la novela, Nedreaas nos transmite inmediatamente una intensa sensación de apremio, de urgente necesidad de auxilio y desahogo, primero por parte de la voz que narra e inmediatamente después, y ya durante toda la novela, por parte de la desconocida mujer que el narrador encuentra en una estación de tren y que sin apenas preámbulos le vomita encima toda una vida de infelicidad y desamor en un discurso anárquico, atropellado, doloroso, apremiante, acusador, desesperado y, aun así, hipnótico.

Quizás por esa estación de tren en la que se inicia el relato y por el desgarro que viste su confesión, de inmediato me vino a la mente la maravillosa novela de Elizabeth Smart, En Grand Central Station me senté y lloré. Como en ella, también aquí se describe con “sangre, mucosidad y pus” lo horrible que puede llegar a ser ese amor que no resiste explicación alguna, lo obsesiva y destructora que puede ser una relación de dependencia, lo venenoso de su influjo, capaz de soportarlo todo, de perdonarlo todo, de justificarlo todo, de disolver la personalidad de la dependiente hasta hacerla irreconocible.

La lectura transmite magníficamente lo difícil que podemos llegar hacer que sean las cosas que no tienen por qué serlo, de que todo puede ser muy distinto a poco que cambien las circunstancias, y ello aunque se tenga un ojo azul y otro marrón, claros indicios de que se es capaz de todo, aunque el precipicio siempre esté ahí para aquellas personas que son incapaces de renunciar a la búsqueda de algo más, para esas mujeres que, como esta, odia a las mujeres que como su madre son incapaces de rebelarse, que dejan que su alma se pudra sin remedio.

“¡Oh, por eso no las soporto! Se vuelven mezquinas porque su mundo no va más allá de la tienda, la cocina y el pozo. Se vuelven malas porque no toleran una alegría en la que no participan. Se vuelven arrogantes porque creen que las desgracias ajenas las elevan un poco por encima de su propia miseria. ¡No! ¡No! Desde pequeña siempre he sido un silencioso y pasivo NO.”

Esta feroz crítica a la resignación de aquellos que se sienten “más seguros bajo la luz de la luna”, sin ser conscientes de que “Nada crece a la luz de la luna”, acrecienta su intensidad por las humillaciones a las que, por parte de su amante, se somete la protagonista, al que vuelve una y otra vez. La lucha interna que se establece en su alma por la cruel contradicción entre todo aquello que denuncia y desprecia y la dependencia sentimental que sufre y de la que, en cierta forma, se siente orgullosa por lo que ello significa de acercamiento a esa luz del sol que ciega y abrasa, es lo que dota al relato de una fuerza dramática admirable.

¿Y qué es todo aquello que denuncia y desprecia? No es poca cosa. La situación de los trabajadores, la pobreza, la desidia de la sociedad incapaz de luchar por el cambio social,

(Acerca de un grupo de sindicalistas) “Aquellos jóvenes que representaban a la única juventud que trabajaba para dar cumplimiento a nuestros deseos y anhelos ni los mirábamos”

el alcoholismo, las hipocresías morales y religiosas, el bálsamo incapacitante de la Iglesia,

“Los pobres vienen aquí a buscar riquezas. Los débiles vienen aquí a buscar fuerzas. Aquí vienen los temerosos a hallar esperanza. ¿Acaso no hay que agachar la cabeza ante un poder que puede otorgar a la gente una riqueza inexistente, una fuerza que debilita su solidaridad y una esperanza que les arrebata cualquier esperanza en esta vida?”

las normas sociales que aplastan especialmente a la mujer obligadas a ser esposas y madres, a no poder desplegar libremente su sexualidad,

“Hay muchachitas dulces que piensan con deleite en obscenidades. Cuanto más indecentes sean, mejor.”

la doble moral sobre el aborto, todo el horror que conlleva, las causas que lo determinan, las condiciones en las que se ven obligadas a llevarlo a cabo, la soledad, la angustia, la culpa, la pena.

En fin, un clásico de la literatura noruega escrito por una mujer valiente nada más y nada menos que en 1947. Tienen que leerla.
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