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Crítica de crucedecaminos


crucedecaminos
23 May 2018
Haruki Murakami nos tiene acostumbrados a los triángulos o cuadriláteros emocionales en sus novelas. Ésta no podía ser diferente.

El narrador de la historia es un habitante de Tokio, uno cualquiera de los tantos que habitan la gran ciudad japonesa. Haruki Murakami, para mi uno de los autores que consiguen con más efectividad que las cosas más cotidianas tengan un interés especial para los lectores, consigue de esa forma que todos puedan creer que algún día pudieran estar implicados en una historia similar.

Sumire es el nombre de la protagonista femenina y de la que el narrador está locamente enamorado. Se conocieron en la universidad y existe entre ellos una relación de amistad muy especial que el narrador quisiera que fuera a más. Pero Sumire tan sólo tiene una obsesión: ser novelita.
Además, Sumire se considera la última rebelde, viste como un muchacho, fuma como un carretero y rechaza las convenciones sociales. Tenemos que entender que fumar en Japón no es lo mismo que fumar en otros países y por eso se pueda considerar un actor de rebeldía social.

Myû es una mujer casada, personaje femenino secundario, pero que dará mucho juego con su historia de la noria. Sumire se siente atraída por ella, por la mujer y por la persona enigmática que parece ser. Myû contrato a Sumire de secretaria para que le ayude con el negocio familiar que controla. Juntas emprenden un viaje por Europa.

Nuestro narrador, profesor de primaria de profesión (Haruki Murakami hace unas buenas reflexiones sobre lo que se siente siendo profesor, o lo que conlleva la profesión), se queda sólo en Tokio esperando el retorno de Sumire, anhelando poder abrazarla. Pero no pierde el tiempo. Digamos que pasa buenos ratos con la madre de un alumno, aunque siente ciertos remordimientos.

Al principio el viaje por Europa transcurre tranquilo. Consiguen llevar a cabo todos los proyectos que se habían propuesto. Pero al pisar Grecia, nada volverá a ser lo mismo. Es entonces cuando encontramos la mayor carga emocional de la novela, donde el autor juega con los relatos cortos para explicar el total. Donde vemos que hay una frontera, una puerta al más allá que el amor permite traspasar. Se tiene que pagar peaje. Puede que el precio sea demasiado elevado para unos y en cambio un camino de aprendizaje para otros.
Es un relato de vidas solitarias y uno de los efectos que en ellas puede producir el amor: el acceso al más allá que poco a poco nos va llevando a un inquietante e inesperado final, por lo menos para mí.




Haruki Murakami también es un maestro en el arte de explicar contactos sexuales o más bien intenciones sexuales. Con un lenguaje directo, que sonrojaría a más de uno, hace que incluso nos riamos ante situaciones, digamos, tensas. Creo que es una de la novelas con más carga erótica del autor.

Me ha gustado la explicación que le da al título y las metáforas que existen en torno de él (yo cuando tuve por primera vez el libro entre mis manos, me dije, “que narices de título es este”, y casi lo dejo donde estaba si no fuera porque el autor me apasiona). La palabra Sputnik y todo que le asocia el autor nos acompaña durante el texto. Juega con dicho significado durante toda la novela: narrador, Sumire, Myû, podría ser unos satélites que se pasan la vida cruzándose sin descanso. Qué peligroso podría ser que se tocaran, ¿no?

Para acabar decir que no es una novela para introducirse en el mundo Murakami, creo que esto ya lo he escrito otras veces en el blog, pero no está de más recordarlo, aunque todo el mundo es libre de empezar el conocimiento de un autor por donde quiera. Yo siempre recomiendo empezar por Tokio Blue (claro que es la novela que le dio la fama a nivel mundial y nos perdemos detalles del bestiario Murakami, pero es un buen inicio).
Sputnik, mi amor, no es la mejor novela de Haruki Murakami, ni de lejos, pero no desentona con todas las otras y por eso la recomiendo desde esta página.

Cita:
“Hace tiempo, cuando se estrenó Grupo salvaje, de Sam Peckinpah, en la rueda de prensa una periodista alzó la mano y preguntó en tono inquisitivo: “¿Qué necesidad creen que hay de mostrar tanta sangre?”. Ernest Borgnine, uno de los actores, respondió con aire perplejo: “Pero, señora, cuando te disparan, sangras”. La película se filmó en plena época de la guerra del Vietnam.
Me gusta esta frase. Posiblemente sea uno de los principios básicos de la realidad. Aceptar las cosas difíciles de desentrañar como cosas difíciles de desentrañar, aceptar el hecho de sangrar. Disparar y sangrar.

Es que, cuando te disparan, sangras.”
Enlace: http://crucesdecaminos.blogs..
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