Kafka en la orilla

¿Somos dueños de nuestro destino? ¿Podemos elegirlo o, como en la más clásica tragedia griega, es el destino quien nos elige a nosotros? ¿Por mucho que intentemos huir evitando dicho destino, podremos eludirlo o acabaremos cumpliéndolo tal y como debe de ser? Sobre esta premisa reflexiona Murakami en esta novela. Sobre esto, y sobre muchísimo, muchísimo más.

Leer este libro ha sido una experiencia que me cuesta describir. ¿Qué ha conseguido Murakami con este libro? Removerme por dentro como nunca lo había hecho. Se ha montado en una nave espacial, ha viajado hasta lo más profundo de mi ser y ha soltado cargas explosivas de emociones que se han ido detonando a lo largo de toda la novela.

No quiero hablar mucho de la trama, porque creo que es una historia que hay que ir descubriendo poco a poco y que cada persona debe interpretarla a su manera. Y es que eso es lo maravilloso de los libros de Murakami, que no hay una única interpretación de sus libros, de hecho, hay tantas interpretaciones como lectores que lean sus obras.

Lo mejor de esta novela, sin lugar a duda, son los personajes. Y no solo los protagonistas, Nakata y Kafka, también todos los secundarios, como Saeki, con una carga emocional que no deja indiferente, u Hoshino, que tiene una evolución brutal a lo largo de la novela.

Esta es una historia introspectiva, un viaje al interior. Un análisis de la soledad, de la incomprensión. Un relato sobre la madurez, en todos sus aspectos. Sobre el momento de afrontar ese paso, de la niñez a la edad adulta, que todos hemos tenido que afrontar tarde o temprano, y del que no se puede huir.

Quizá, en parte, sí podamos elegir nuestro destino. Si pensamos en el destino como una gran autopista con diversas salidas, puede que sí que podamos avanzar y elegir por dónde ir. Pero de vez en cuando nos encontraremos con estaciones de peaje que, por mucho que queramos, no nos podemos saltar si queremos seguir avanzando.