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Crítica de AnnieMoneth


AnnieMoneth
04 December 2022
Hoy os traigo la reseña de Todo lo que tengo lo llevo conmigo, una novela de la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2009, Herta Müller, que seleccioné el pasado mes de octubre para celebrar el Día de las Escritoras y que versa sobre un hombre joven, Leopold, que es deportado a un campo de trabajo forzado soviético en 1945. Como recoge la sinopsis de la editorial Siruela, y en declaraciones realizadas por la propia autora, la novela se basa en los testimonios de su compatriota y amigo Oskar Pastior, así como en los de otros supervivientes.

Todo lo que tengo lo llevo conmigo es una novela contemporánea que arranca en 1945, justo después de la Segunda Guerra Mundial en que Rumanía, bajo la dictadura militar de Ion Antonescu, se puso del lado de las denominadas potencias del Eje —Alemania, Italia y Japón— basándose en las promesas de Adolf Hitler de que los territorios rumanos perdidos en 1940 como consecuencia de la Dictadura de Viena y el Pacto Ribbentrop-Molotov serían devueltos a Rumanía bajo la presión alemana. En 1944, cuando ya se daba por sentado que Alemania perdería la guerra, el rey Miguel I de Rumania destituye y arresta a Antonescu con ayuda de los partidos de la oposición, entregándolo al Ejército Rojo que, por entonces, ya se había adentrado bastante en Rumanía —Antonescu sería ejecutado en la prisión militar de Jilava en 1946—. En enero de 1945, el general soviético Vinogradov exigió en nombre de Stalin al gobierno rumano, como parte de la capitulación, que todos los alemanes que vivían en Rumanía contribuyeran a la «reconstrucción» de la Unión Soviética, destruida durante la guerra. Todos los hombres y mujeres entre 17 y 45 años fueron deportados para realizar trabajos forzosos en campos de trabajo rusos, los denominados GULAG.

Herta Müller crea una ficción a partir de los testimonios reales de alemanes rumanos en campos de trabajo forzados soviéticos. Así, Todo lo que tengo lo llevo conmigo cuenta el infierno que vivió un hombre joven durante cinco años en uno de esos GULAG localizados en Siberia donde, bajo el régimen de Stalin, iban a parar los ciudadanos deportados junto a otras personas consideradas «peligrosas para el Estado». He de decir que Todo lo que tengo lo llevo conmigo me recordó a otro libro leído y reseñado aquí, en Despertares de Stonewall, que nunca dejaré de recomendar: Zuleijá abre los ojos, de Guzel Yájina (editado por Acantilado).

En Todo lo que tengo lo llevo conmigo encontramos un narrador intradiegético o en primera persona; está dentro de la historia, acompaña al personaje protagonista, Leopold, en el campo de trabajo soviético, de modo que el lector mira y siente a través de él. Sin embargo, este narrador cuenta la historia desde el recuerdo y creo que a esto se debe cierta indiferencia que percibí por parte del protagonista ante el horror de los hechos narrados. O, quizá, se deba al hecho de lidiar todos los días con el sufrimiento propio y ajeno —que al final uno termina por acostumbrarse—, o incluso a la necesidad de distanciarse de recuerdos trágicos para seguir adelante.

Otro de los aspectos que llama la atención es el nombre de objetos y materiales con que da título a los diferentes capítulos en que se divide la novela (armuelle, cemento, madera y algodón, …). Asimismo, la descripción de las sensaciones reales —como el hambre— y de los objetos como si tuvieran vida propia. Es decir, hay una personificación de las sensaciones y objetos que actúan como elementos de anclaje durante la narración, por ejemplo, del hambre crónica —a quien se refiere metafóricamente como el ángel del hambre— o de la pala con la que abre zanjas en la nieve o con la que retira el carbón —la pala del corazón—. Es en estas sensaciones y objetos en lo único que puede pensar su protagonista, Leopold, con las cuales se obsesiona (1 palada = 1 gramo de pan) y que adquieren verdadero protagonismo en el campo de trabajo soviético.

Además del protagonista, Leopold, hay un amplio abanico de personajes secundarios (Trudi Pelikan, Tur Prikulitsch, Bea Zakel, Peter Schiell, Imaginaria-Katy, Fenja, Paul y Heidrun Gast, Karli Halmen, Albert Gion), que sirven como vehículo para mostrar la vida y el funcionamiento del campo. Por ejemplo, Fenja, la encargada de distribuir las porciones del bien más preciado: el pan.

Entre los personajes secundarios, el que más me afectó emocionalmente fue Imaginaria-Katy, deficiente mental a la que todos parecen procurar cierto cuidado y dejar tranquila. Ella vive en un mundo imaginario que la salva de la muerte y es la única que conserva su humanidad en la historia, a diferencia del resto de personajes que evolucionan de forma paulatina hacia la degradación, tanto física como moral.

El estilo es claro, conciso, fácil de leer. Las frases son cortas, impactantes en su mayoría, y junto al lirismo favorecen el buen ritmo de la narración. El increíble lirismo en el lenguaje es otro de los aspectos a subrayar en la novela. Un lenguaje poético para atenuar el drama de los hechos y, asimismo, la forma elegida por el narrador, con la voz de Leopold, para escapar de la trágica realidad durante los cinco años que pasó en el GULAG. El lenguaje se pone al servicio de esa necesidad de distanciarse de su protagonista para seguir vivo; esa es su función.

Hay dos cuestiones que no puedo dejar de comentar. La primera es que me sorprendió que el protagonista fuera un joven homosexual, cuando nada había leído al respecto. Supongo que porque es una novela cuya fortaleza radica en el lenguaje y cuya narración abarca un periodo importante de la historia de Europa que cualquiera con interés en los campos de trabajo soviéticos o GULAG puede leer. Sin embargo, no podemos olvidar que la homosexualidad en Rusia, y en los territorios ocupados en este periodo de la historia en que se ambienta la novela, era objeto de persecución. Si a uno le pillaban teniendo relaciones homosexuales inmediatamente era arrestado; peor aún, si se trataba de un alemán y la pareja rumano.

La segunda cuestión es un aspecto que me chirrió al comienzo de la narración, aunque es de tono menor. Leopold, el protagonista, tenía diecisiete años cuando el Ejército Rojo fue a buscarle a su domicilio para llevarlo a un campo de trabajo soviético. En aquellos años, y tras la Segunda Guerra Mundial, un joven de diecisiete años es, en mi opinión, muy maduro y para nada inocente. Y me chirría la alusión a esa pretendida inocencia para justificar la aceptación con la que el protagonista, Leopold, hace la maleta para ir, sin expresar una mínima queja, a uno de esos campos de trabajo comunistas y que, internamente, prefiera esta salida a quedarse con su familia y enfrentarse un día a su posible rechazo por su homosexualidad. Además, si Leopold estaba en la lista de ciudadanos alemanes que tenían que ser deportados a Siberia por estar en el rango de edad de los 17 a 45 años, ¿por qué no deportaron también a sus padres? No encontré respuesta a esta pregunta que, como digo, es muy poco relevante pero que, como perfeccionista, me incomoda.

En su conjunto, Todo lo que tengo lo llevo conmigo es una novela muy recomendable, de las que te dejan una huella imborrable en la memoria.

Os recomiendo leer, asimismo, el discurso de Herta Müller cuando le otorgaron el Premio Nobel de Literatura en 2009.
Enlace: https://despertaresdestonewa..
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