¡Arioco! ¡Arioco! ¡Sangre y almas para mí señor Arioco!
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¡Arioco! ¡Arioco! ¡Sangre y almas para mí señor Arioco!
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Si la encontrara tendría una decepción. Las leyendas siempre es mejor tomarlas como tales; los intentos de convertirlas en realidad rara vez tienen éxito.
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—Ambos somos mortales. Ambos somos víctimas de un juego que llevan a cabo los Señores de los Mundos Superiores. En último término, mi lealtad debe ser para con los de mi propia estirpe, y por eso he dejado de odiar a Yyrkoon.
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a no pretendo ser un hombre libre. Aquí permaneceré hasta que muera, atrapado en el Trono de Rubí...
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—¿Y que si es así? Deja que me destruya. Deja que me convierta apenas en una prolongación de mis antecesores. sin criterio propio. Déjame ser marioneta de fantasmas y recuerdos, movido por las cuerdas que se extienden más de diez mil años en el tiempo.
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El instinto le llevaba a buscar el consuelo y el olvido en cierto tipo de conocimientos pero, en aquella ocasión, sintió un súbito odio por sus pergaminos y sus libros. Echó a ellos la culpa de sus ridículas preocupaciones por la «moral» y la «justicia»; los culpó de los sentimientos de culpabilidad y desesperación que ahora le abrumaban a consecuencia de su decisión de comportarse como se esperaba que lo hiciese un monarca de Melniboné.
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—No podía imaginar... ¡Oh, Elric!, ¿por qué estropear la felicidad que ahora disfrutamos? —Porque considero que la felicidad no puede durar a menos que conozcamos por completo lo que somos. |
Una dulce y satisfactoria sensación de miedo.
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Presiento que en nuestro amor hay implícita una tragedia.
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O quizá se el dolor de otros lo que me da placer.
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¿Qué criaturas mágicas podemos encontrar en Gringotts, el banco de magos?