Si las princesas hubieran usado Tinder

En qué momento habíamos llevado las relaciones a un punto en el que nos daba más vergüenza desnudar nuestros sentimientos que quitarnos la ropa.

A veces conoces personas que están durante años en tu vida y pasan sin dejar mucho rastro, y luego están esas, esas que en segundos pueden arrasar con todo. Conexiones tan especiales que hacen que todo lo demás cortocircuite.

Y al pensar en ello no podía evitar sentirme como una niña tonta que de cuelga de cualquiera porque aún no sabe qué es querer. Pero supongo que nadie sabe qué es querer con exactitud y a veces estas cosas te vienen así, sin más explicación ni motivo.

Nos gusta pensar que somos nosotros quienes dirigimos nuestra vida. Que somos quienes llevamos el timón escogiendo un rumbo. Supongo que eso da menos miedo que tener que aceptar que, de repente, y sin esperarlo, puede llegar cualquier ciclón imprevisto que redirija nuestra ruta y nos deje sin previo aviso navegando en océanos desconocidos.

Ningún punto de partida, por malo que sea, puede definir el futuro de nadie.

No te pongas frenos y si te tienes que dar de bruces con algo, ya lo superarás.

Tenía que entender de una vez que la gente era así, que El diario de Noah era solo una película que nos había puesto las expectativas de lo que era el amor demasiado altas.

Qué muerda es cuando durante el proceso de olvidar a alguien se te cuelan cosas que te recuerdan a él aunque no quieras.

Ojalá pudiésemos borrar a algunas personas y algunas historias apretando alguna especie de botón y ya. Sacar de nuestra cabeza las cosas que fueron y las que no llegaron a ser, que esas siempre duelen más, a mi al menos.

No dependemos de nadie aunque a veces pensemos que sí.