La familia

"Qué hombre más irrelevante... qué historia más pequeña en el fondo."

Esta frase, dicha por uno de los pocos personajes externos a La familia, es en resumidas cuentas lo que me ha parecido esta novela: una historia pequeña que podría haber dado para un magnífico cuento corto en torno a un ridícula figura, El padre, un hombre patológicamente insatisfecho consigo mismo, un religioso laico —su dios es Gandhi— que se construye artificialmente una vida que el cree a su medida a expensas de la vida de todos y cada uno de los miembros de su familia.

Pero esto no es lo malo, hay relatos maravillosas sobre hombres ridículos, lo grave es que las instantáneas que vamos observando en cada uno de los capítulos a modo de álbum de fotos familiar en el que las fotos no guardan más relación entre sí que la de contener a los mismos sujetos —El padre, La madre, los tres hijos y la sobrina adoptada— no terminan de encajar o no terminan de reproducir esa imagen de puzle acabado que se pretendía. Hay algo que no funciona en su engranaje.

Esa idea tan cierta de que los padres no pueden asegurarte una vida feliz, pero sí jodértela por completo queda muy clara ya en el segundo de los capítulos, el primero es una especie de prólogo. Un buen capítulo que te sumerge en un ambiente irrespirable que tan bien sabe crear la autora y que presagia un intenso viaje por las zonas más oscuras de la vida en familia. El presagio no se cumple y el resto de capítulos irán aportando muy poquitas cosas a una historia que irá claramente de más a menos hasta acabar en casi nada.

Otra cosa es que la lectura sea realmente amena y que empuje a seguir, al menos en sus inicios, algo que consigue del mismo modo que lo logra en su novela "Un amor", irritando al lector que difícilmente reprime las ganas de gritarle a los personajes que se revelen, que respondan, que manden a tal y a pascual a tomar por... La familia parecía en sus primeros momentos uno de esos casos que de vez en cuando aparecen en la prensa, frecuentemente salidos de lo más profundo de los Estados Unidos, en los que unos padres mantienen encerrados a sus hijos en casa con normas estrictas e incomprensibles. El único contacto que prácticamente mantienen los hijos de esta familia con el exterior es su asistencia al colegio. Una situación de partida fantástica para llevarnos en volandas a través de la evolución psicológica de estos niños en ese fuerte contraste entre la vida de fuera y la vida familiar llena de normas exigidas por El padre, y consentidas por La madre, de una forma pasivo-agresiva exasperante. No fue el camino que eligió Mesa, ella prefirió mostrarnos imágenes dispersas de la vida de los niños enfrentadas a otras imágenes dispersas de sus vidas adolescentes y adultas: no funciona, o eso me ha parecido a mí… y por lo que veo a pocos más, ganas me dan de gritar como aquel del chiste: ¿que hay un coche circulando en sentido contrario? ¡¡¡Cientos hay!!!