¡Arde, bruja, arde! nos trasporta al Nueva York de los años 20, el tiempo de la Ley Seca y la expansión de los gángsters. Es precisamente el asesinato del miembro de una banda mafiosa lo que da inicio a la novela, una muerte en apariencia casual que terminará enfrentando a los protagonistas con algo espantoso e inexplicable. El doctor Lowell, un reputado neurólogo, es el encargado de narrar esta insólita y aterradora historia. Con el paso de las páginas somos testigos de como Lowell, un hombre de ciencia, ve como su mundo basado en las leyes de la lógica es arrastrado a una realidad que se le escapa, una en la que lo imposible se hace posible y en la que el Mal cobra vida. Acompañando al doctor está el jefe mafioso Ricolli y algunos de sus matones, tipos duros y sin escrúpulos que dejan su superstición a un lado para convertirse en los héroes de la historia. Y por último, la gran villana Madame Mandilip, una mujer dotada de un don perverso: es capaz de usar el alma de sus víctimas para dar vida a sus muñecos y manipularlos a su antojo. Debo decir que Madame Mandilip es un auténtico regalo, un personajazo aterrador y fascinante a partes iguales y la protagonista de los momentos más álgidos de la historia. Ojalá Abraham Merritt hubiera escrito una novela sobre su origen. La novela está narrada con mucha agilidad, no le faltan ni le sobra una sola página. La historia me atrapó y la disfruté desde la primera página. La investigación, propia de la mejor novela de detectives, es súper entretenida y los momentos de terror, sobretodo los protagonizados por los muñecos (Chuki, fue el protagonista de mis pesadillas de infancia), son realmente inquietantes. Y sí, soy muy médica pero os prometo que hay momentos de pelitos de la nuca de punta. Una joyita de la literatura de terror que profundiza en la vieja lucha entre la ciencia y la superstición. Un historia simplemente genial que me llegó justo en el momento que necesitaba. + Leer más |