—Tenía que asegurarme de que estuvieras a salvo. En el páramo, tú eres mi prioridad número uno. —Sonrió al ver la expresión horrorizada de ella—. Yo no puedo morir, y mi deber es proteger primero al alma, y luego a mí mismo.
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—Tenía que asegurarme de que estuvieras a salvo. En el páramo, tú eres mi prioridad número uno. —Sonrió al ver la expresión horrorizada de ella—. Yo no puedo morir, y mi deber es proteger primero al alma, y luego a mí mismo.
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Ella era un alma que valía la pena proteger. Un alma que merecía que le importara. Un alma a la que quería entregarle un trocito de sí mismo.
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—Mírame —ordenó—. No tengas miedo. Yo te protegeré. Te lo prometo.
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—No voy a perderte —repitió—. Confía en mí.
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Él prefería la etapa inicial del viaje, cuando las almas caían en la inconsciencia y podía estar casi solo. El sueño era como una cortina que lo protegía, aunque fuera por unas horas, del egoísmo de ellas, de su ignorancia. Le asombraba que esa... esa chica tuviera la compasión y el altruismo de pensar en lo que él sentía y necesitaba.
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—Es extraño —murmuró. Luego quiso compensar su falta de tacto y agregó—: Pero, en realidad, no importa qué aspecto tengas. Lo que eres está en tu mente y en tu corazón, ¿sabes? En tu alma.
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De algún modo, ella lo había desequilibrado, descentrado. No era un ángel, eso lo sabía; lo veía en los millones de recuerdos de ella que captaba con su mente.
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—Estoy contigo —respondió él, y la seguridad de su voz le dio coraje y alejó el frío que sentía en el pecho. Tristan la tomó de la mano, cerró los dedos en torno a los de ella y la aferró con firmeza. |
“Qué ironía que en ese momento se hubiera sentido más viva que nunca. ¿Valía la pena arriesgarse al olvido eterno por volver a sentirse así?”
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¿Cómo era posible que esa alma, en apariencia común y corriente, fuera tan extraordinaria?
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¿Qué criaturas mágicas podemos encontrar en Gringotts, el banco de magos?