Tenía ganas de hacerme con este libro desde que vi el anuncio de su publicación puesto que, si bien no conozco a la autora, el tema que trata me interesa profundamente y sabía que iba a gustarme ya que he leído otros libros parecidos (como “Un año en los bosques” de Sue Hubbell, también editado por Errata, o “La casa junto al mar” de May Sarton, editada por Gallo Nero) que me han encantado. En este ensayo la autora comparte a modo autobiográfico su decisión de dejar Tokio durante un año para irse a vivir a la casa que se compró en la península de Ise, un paraje de acantilados y exuberante vegetación habitado por tan solo un puñado de personas, lo cual lo convierte en el paraíso de quienes buscan escapar del bullicio y aprender a vivir de un modo más natural, aprovechando los recursos que nos brinda la tierra. Y es aquí donde entra en juego ese calendario de veinticuatro estaciones que se menciona en el título del libro, una división temporal que hace referencia a las distintas etapas naturales del entorno atendiendo a los momentos en que florece una determinada planta o en los que hay que plantar o recolectar algún fruto. Es en este lugar donde Mayumi se encuentra más consigo misma, desbrozando permanentemente su parcela algo cenagosa y descubriendo en ella los restos de una barca hundida, observando a su gato, que cambia totalmente de aspecto y actitud en la península, y relacionándose con sus vecinos. Entre ellos se encuentra una pareja que se dedica a la apicultura, otra que regenta un taller de tintado de ropa artesanal, una pareja de ancianos que pasa su vejez en aquel lugar o un hombre que, al igual que ella, se encuentra allí mucho más a gusto que en su ciudad, donde viven su mujer y sus hijos, y disfruta cultivando bambú. Mayumi se adapta a la perfección a la soledad del lugar y al trabajo físico que te deja extenuado. Durante sus paseos observa el entorno y recolecta marisco, frutos y plantas silvestres con los que después prepara platos de temporada o mermeladas. También sufre el calor húmedo del verano y la temporada de lluvias, y esporádicamente cuenta con la visita de su madre, que a pesar de haber perdido una pierna se maneja bastante bien en la zona con su silla de ruedas y disfruta con la visita anual de las luciérnagas. Ha sido una lectura deliciosa, de esas que transmite sosiego y que es capaz de ubicarte en un lugar concreto del mundo aunque te separen de allí miles de kilómetros. Sigo pensando que en la ciudad nos falta ese contacto con la naturaleza que es tan satisfactorio, además del tiempo para pararse a observar y disfrutarla. de hecho Mayumi vuelve a Tokio para cerrar algunos asuntos y poner en alquiler su piso, con vistas a irse a vivir a la península permanentemente, ¡por algo será! + Leer más |