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Aurelio Major (Traductor)
ISBN : 849372470X
184 páginas
Editorial: Atalanta (30/11/-1)

Calificación promedio : 4.5/5 (sobre 1 calificaciones)
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Tarantoga
 31 January 2023
Algo elemental
Eliot Weinberger es neoyorkino. Seguramente no se con-sidera otra cosa, si queremos hacerle caso a él en algunas de sus manifestaciones. Sus biógrafos, o quienes simple-mente lo citan en sus escritos, suelen destacar que Eliot es judío, pero esto no es algo que me conste como algo pro-fundamente significativo para él mismo. Profundo cono-cedor de la poesía (y la prosa) en castellano, ha traducido la obra de Octavio Paz, de Borges o de Huidobro entre otros. Además de la traducción, su actividad literaria se ha desarrollado brillantemente en el terreno del ensayo.
Tuve la suerte de leer hace años su libro “Algo elemen-tal”, en una época oscura y triste de mi vida. Digamos que de algo me sirvió. Me gustó el libro, a pesar de lo cual acabó arrumbado en un estante de la librería. Hace poco lo vi, lo recordé y lo estoy leyendo de nuevo con placer. Creo que esta nueva lectura está resultando menos lineal, más profunda y muy pausada, con abundantes relecturas exigidas por mi deseo de comprensión y por el deleite apreciado.
El libro contiene un prólogo y más de una treintena de en-sayos cortos; algunos de ellos engañan bajo el inocente aspecto de someras descripciones, pero es sólo apariencia. Detrás hay siempre algo elemental, pero profundo. Un pequeño pájaro bebiendo en una fuente un día claro de primavera, nos traslada la importancia y la influencia del pájaro, la fuente, el paisaje, en la forma de vida y quizás en el futuro de toda la población de un país lejano y ex-traño a nosotros. Y todo ello sin explicitar casi nada más que la situación accidental del pajarillo remojando sus alas en el agua.
El viento.
Nos habla también, y específicamente, del viento, dife-renciando la suave brisa del viento violento, y de sus con-comitancias con la sexualidad, la enfermedad, la locura. Cita esta antigua canción:
Flores de primavera tan encantadoras
Cantos de ave en primavera tan conmovedores
Viento de primavera tan apasionado
Al soplar abre mi falda de seda

Me ha hecho recordar lo que el viento – Haizea - significa para mi pueblo, y cómo lo siente según una canción popu-lar:
Haize hegoa, gau epe-la
Ilargiaren argi
Mutxurdinak leihoetan
Teilatuan katu bi
Bide ertzean zenbait kanta
Gau erdiz arnoari,
Har gaineko sorgin zaha-rra
Keinuka ilargiari.



Viento sur, noche templa-da
A la luz de la luna
Solteronas asomadas a las ventanas
Y dos gatos en el tejado.
Al borde del camino, al-guien canta
al vino, en medio de la no-che
y la vieja bruja de allá en lo alto
hace guiños a la luna

El viento, quizá en China, vino a significar también can-ción. Ambos significados quedan unidos y claramente di-ferenciados en el “Gran Prefacio” del Shijing. “Mediante el VIENTO los superiores transforman a sus inferiores, y mediante el VIENTO los inferiores satirizan a sus supe-riores.”
Weinberger termina este alegato del viento con un sabio consejo, a la manera oriental:
“Escucha el viento y conocerás el viento”.
El árbol florido
El autor hace de guía, dándonos un magnífico rodeo a tra-vés de Martim Afonso de Sousa, a quien considera colega de Francisco de Javier, para llevarnos hasta Tirupati, en la costa oriental de India, donde se contaba la historia de una bella joven que se convertía a voluntad, con ayuda del agua, en un árbol colmado de flores multicolores, que exhalaban una fragancia incomparable. Esta feliz circuns-tancia, hace que, al fin, tras ciertos previsibles contra-tiempos, case con el príncipe del lugar y, tras un estúpido e inútil forcejeo, la metamorfosis se haga posible cuando el amor estalla, y toda la ciudad quede inmersa en la fra-gancia de las flores del árbol – muchacha. Esto provoca que todos, en la ciudad, se miren de un modo distinto, sin resquemor, sin animosidad.
Claro que no todo acaba aquí. Las cosas se tuercen hasta revelar un destino funesto para la pareja. Claro que el fi-nal tiene otra lectura mucho menos clara, aunque quizá precisamente por ello, muy esperanzadora.
Nuevamente una historia simple, contada con suma senci-llez, nos brinda más de una lectura, más de una interpre-tación.
Las estaciones.
Cuatro pequeños capítulos, repartidos por todo el volu-men, están dedicados a las estaciones del año. El orden en que se describen es el tradicional: primavera, verano, oto-ño e invierno. La estructura de los cuatro capítulos es si-milar. Comienzan con una descripción general de la esta-ción, y le siguen apartados más minuciosos para cada uno de los tres meses que la componen.
¿Qué nos dicen cada uno de los capítulos? En cuanto a la descripción general de la estación es una simple enume-ración de algunos aspectos referidos al Emperador y sus damas. Comienza especificando el sabor y olor de la esta-ción, y a continuación nos relata el lugar donde reside el Emperador, cómo viste durante la estación y el color de sus ropas y adornos; después refiere sus paseos, incluidos los vehículos y color de los caballos y jaeces; de qué se alimenta y la forma y tamaño de las vasijas que utiliza. Respecto de las damas imperiales, cuenta a dónde se tras-ladan para residir durante la estación, describe sus vesti-dos y aderezos y por fin, los instrumentos musicales que tocan.
Las descripciones de cada uno de los meses son algo más prolijas y atienden a aspectos más generales que afectan al Emperador y su corte, pero también al reino, la astrolo-gía, la aparición de especies animales y vegetales y otras, como disposiciones legales vigentes durante el mes. La descripción es paralela en cada uno de los meses.
El conjunto nos ofrece una imagen válida de la vida en el imperio, de sus limitaciones, sus logros, su idiosincrasia, cómo influyen o cohabitan el Ying y el Yang, entre sí y con el país; el ciclo de las siembras y cosechas, y muchas cosas más. El espíritu del pueblo y de quienes lo rigen quedan perfectamente reflejados. Todo ello empleando sólo las palabras necesarias, sin un solo circunloquio.
En el segundo mes del verano “no se permite recolectar el añil; ni quemar madera para hacer carbón; ni blanquear telas al sol”.
Algunos elementos significativos.
Empédocles.
Cuando preguntaban a Empédocles por qué algunos niños no se parecen a sus padres, contestaba que los fetos están formados por aquello que la mujer visualiza en el instante de la concepción. Una mujer que piense en una estatua o en otra persona tendrá un hijo parecido a ellas.
Chang kung-i
La familia de Chang Kung-i, en el siglo VII, era célebre por sus nueve generaciones de vida armoniosa. Cuando el Emperador preguntó cómo había sido posible, Chang Kung-i pidió pluma y papel y escribió la palabra "pacien-cia" una y otra vez.
Viento y Hueso, según Liu Hsiéh
Para expresar las emociones se debe comenzar con VIENTO; para organizar las palabras , se debe tener HUESO. Aquél cuya estructura ósea esté bien ejercitada estará bien versado en la retórica; aquél que tenga mucho viento articulará adecuadamente sus emociones.
Los tigres
Los tigres sólo se comen a las personas cuando están muy hambrientos o cuando son muy viejos o están demasiado enfermos para atrapar presas más huidizas.
Las líneas de Nazca
Nazca era sin duda un diagrama; bien pudo haber sido un texto. Cuzco contenía literalmente su propia descripción y se organizaba a partir de ella; estaba regida por la escritu-ra. Vacía de otras formas vida, Nazca era una pura des-cripción de sí misma; el mundo convertido en escritura, con la llanura como página.
Nadie fue enterrado allí.
Incluso las figuras zoomorfas están compuestas por una única línea continua que nunca se cruza, lo cual indica que servía para el tránsito, como un "camino" que debía ser seguido. Se entraba en la "ballenidad" de la ballena recorriendo la ballena.
Los Mandeos
Viven, o vivían, en la frontera entre Irak e Irán. Creen que son los descendientes de Sum, hijo de Noé. Los demás pueblos de la tierra descienden de la unión de Noé con un demonio disfrazado de la mujer de Noé.
No lloran a sus muertos. Las lágrimas crean un río que es arduo de cruzar para el alma. Hay ceremonias especiales para los que mueren ahogados o quemados; para los que son alcanzados por un rayo o se caen de una palmera.
Creen que el nuestro es uno de los trescientos sesenta y cinco universos.
En general
Hasta aquí algunos temas escogidos casi al azar, que con-sidero esbozan una idea del total de la obra, pero los tópi-cos que habitan en las algo más de doscientas páginas del volumen son infinitos, y su tratamiento es circular debido a la naturaleza bidimensional de la escritura. No obstante, en ocasiones he sentido un intento de descripción esférica que queda flotando en el aire, inaprensible pero presente a pesar de todo. Como el autor dice en una frase que consi-dero afortunada, “una caracola es un vórtice que se puede sostener en la mano”. Así ahora, sostengo en mis manos el pequeño libro, tan ligero y tan lleno de sabiduría, de pro-posiciones, de guiños y de enseñanzas, como las que si-guen.
Algo elemental, pero a la vez profundo. El misterio de su infinitud queda encerrado en una frase que el autor sitúa en Groenlandia, en boca de un joven que salió para conocer mundo, y volvió ya anciano. le dijo a su gente: “El mundo no es más que un enorme iglú”.
Para cultivarse hay que ser prudente y sobrio. Pero al es-cribir hay que ser licencioso y desinhibido.
Los poemas (se refiere a los aparecidos en una antología) están bien escritos, pero carecen de sentido; son recóndi-tos, pero no profundos.
Lo que escribo en este momento en un calabozo del fuerte de Taureau lo he escrito y lo escribiré durante toda la eternidad; en una mesa, con una pluma y vestido como voy ahora y en circunstancias como éstas. Y así es para todos (citando a Louis-Auguste Blanqui tal y como fue copiado por Walter Benjamin).
La teoría griega del vórtice de la creación encuentra su principal expresión poética varios cientos de años más tarde (de Anaxágoras), con Lucrecio. El caos estaba eter-namente en rotación Hasta que “una extraña clase de tur-bulencia, un enjambre / de los primeros comienzos” com-binó los elementos y los separó en la materia del cosmos. Lucrecio dice que todo ocurrió por pura casualidad.

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