-Voy a ir -anunció-. Iré a Troya. -El destello rosado de su labio, el verde febril de sus ojos, su rostro desprovisto de arrugas... Nada en él decaía ni se marchitaba. Él era áureo, deslumbrante, era la primavera. La envidiosa muerte se bebería su sangre y sería joven de nuevo. Me miraba con unos ojos profundos como el abismo. -¿Vas a acompañarme? -quiso saber. El interminable dolor del amor y el pesar estaba ahí. Quizás en otra vida podría haberme negado, tal vez podría haberme tirado de los pelos y puesto a chillar, tal vez en otra vida podría haberle hecho afrontar solo esa elección. Pero no en esta. Él navegaría rumbo a Troya y yo le seguiría, incluso hasta la muerte.
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