Ponte en mi piel

"Hubiera querido pedirle que se metiera en mi piel, que sintiera mi miedo y mi desamparo. Pero mi piel era difícil de habitar"

Porque la auténtica grandeza de un hombre se mide por el tamaño de sus enemigos. Y por su capacidad para el perdón.

Comprendí algunas cosas hermosas de las religiones, como que están para dar consuelo a las personas y que son otros, no los de a pie, sino los poderosos, los que las enarbolan para exacerbar las diferencias.

Hubiera querido que se metiera en mi piel, qué sintiera mi miedo y mi desamparo. Pero mi piel era difícil de habitar

Comprendí algunas cosas hermosas de las religiones, como que están para dar consuelo a las personas y que son otros, no los de a pie, sino los poderosos, los que las enarbolan para exacerbar las diferencias.

A vos os juzgará Dios. Y la historia, señora. Pero andad con cuidado. Soy el inquisidor de Francia, majestad. A ella puedo juzgarla yo...

Me llamaron Guancancha, hijo de perro, por mi aspecto y quizá por mis posibles conexiones demoníacas. No sé si mi primera infancia fue normal; porque tampoco tuve con qué compararla

Yo no nací. Puedo decirlo ahora, que domino el lenguaje. No nací
porque mi nacimiento no requirió de mi voluntad. A mí me na-
cieron, aquella noche de luna llena y cumbres recortadas. Me
nacieron con culpa y con vergüenza.

Puede que aún no fuese adulta, pero ya sabía que, aunque en aquella corte aparentemente liberal todos pecaban, las únicas que pagaban por ello eran las mujeres.

Porque la auténtica grandeza de un hombre se mide por el tamaño de sus enemigos. Y por su capacidad para el perdón.